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Monólogo ¿Estamos seguros?

Hola a todos los paseantes  que deambulan por el espacio de Plumabierta. Soy Ángel, uno de los propietarios de Puerta del Sol. Estoy escribiendo un monólogo que espero pueda ser representado próximamente en nuestro café. Como agradecimiento, quería daros la oportunidad de leerlo antes que a nadie. Está calentito. Espero que os guste.

MONÓLOGO ¿ESTAMOS SEGUROS?

 

Supongo que todos los presentes tienen un seguro. Es más, estoy completamente seguro que la mayoría tiene contratado más de uno. Ahora lo normal es que cuando vas a pedir un crédito hipotecario, y ¿quién no tiene una hipoteca en su vida?, te obliguen a suscribir un seguro de hogar y otro de accidentes. Los bancos son así, siempre mirando por nosotros.

 

La cosa es que como la mayoría de las veces te obligan a contratarlos no sabes bien para cuándo te sirven ni para qué cosas. Tú los tienes ahí y un buen día se rompe algo de casa y es cuando dices: “¡Oye, espera, voy a ver los papeles del seguro. A lo mejor esto entra y nos lo arreglan!”.

 

Pues bien. No sé si se han tomado alguna vez la molestia de coger su póliza, leerla e intentar comprender qué cosas (contingencias, como dicen ellos) son las que su seguro cubre y cuáles no. Vamos, intentar saber en qué cosas nos va a echar un cable la aseguradora y en cuáles nos va a decir que nos lo arreglemos nosotros mismos.

 

Yo lo he hecho. Un día se nos rompió una puerta de paso de la casa y llamé al seguro para ver si nos la arreglaba. Yo me sentía optmista. El primer contacto con el librito que acompaña a la póliza daba la impresión de que toda nuestra vida estaba asegurada. Continente, contenido, daños estéticos, responsabilidad civil, robo… Así que, como les decía, llamé por teléfono.

 

¿Qué qué paso? Como imaginarán la respuesta fue:”¡No!, lo siento. Esa contingencia está recogida en las excepciones. Página seis, artículo 3.1. Para que les cubriese deberían tener contratada la póliza modalidad platinum”.

 

Mi sorpresa no fue tanto que me dijeran que no, sino lo que leí al coger la póliza para comprobarlo. Ahí fue donde me di cuenta que el grosor del librito de la poliza se debe efectivamente a las excepciones. Hay más espacio dedicado a explicar las cosas que se quedan fuera de cobertura, lo que llamamos habitualmente “la letra pequeña”, que el que se dedica a las que realmente entran.

 

Efectivamente. La rotura accidental de una puerta no se cubría pero, y aquí entramos en la parte curiosa de los seguros, sí lo habría hecho si el daño lo hubiera provocado, y lo digo literalmente, tal y como viene escrito en la póliza: “una aeronave u otros objetos y ondas sónicas o turbulencias producidas por ellos”.

 

Vamos, que puedo estar tranquilo. Si un avión, trozo de meteorito o una onda sónica (esto me suena a los superpoderes de los cuatro fantásticos o Superman) afecta a mi casa, el seguro estará ahí para sufragar todos los gastos. ¡Supermanes del mundo, ya no os temo!, mi seguro me salvará de vuestras fechorías.

 

¡Hay que ver cómo son las aseguradoras! No te arreglan una puerta rota por un accidente casero pero te aseguran contra los daños de que te caiga encima un trozo de la estación espacial MIR. Claro, lo que debí hacer es contarlo de otra manera, algo así como: “Hola señorita o señorito: Mire, acaba de entrar una nave estelar por la ventana y ha chocado contra la puerta. La nave ha repostado y ya se ha ido pero la puerta me la han dejado echa puré”. Entonces es cuando me hubieran hecho caso y me habrían reparado los desperfectos.

 

De la misma forma leí que podíamos estar tranquilos si se nos ocasionaba algún daño por actos de vandalismo, acciones tumultuarias y huelgas legales. Vamos, que si entra en tu casa una banda de orcos asesinos o una manifestación (eso sí, legalmente autorizada) convocada por “Ce Ce OhOh” (como decía Urdaci, aquél presentador de televisión) y te rayan el parqué con las hachas y las pancartas no tienes porqué preocuparte que el seguro está ahí. Pero como lo fastidies moviendo el tresillo para poder pintar la pared, la cagaste burlancaster. Ya saben, nueva llamadita:

 

-“Hola. Que soy el cliente de la nave estelar. No se lo van a creer pero ayer aparecieron por aquí Frodo, Légolas y de pronto se empezaron a pelear con un montón de enanos. Me han dejado el parqué para acuchillar de nuevo”.

- “¿Qué si tenían permiso municipal para manifestarse? No hombre, yo creo que esto entra dentro de acción vandálica o tumultuaria. Llevaban hachas y espadas, ¿sabe?”.

 

Mi seguro también nos cubre el robo de joyas y dinero. Eso al menos creía yo antes de leer con atención la maldita póliza. Porque, para que te cubra realmente de un posible hurto debes tener: Primero, un sofisticado sistema electrónico de seguridad y, segundo, una caja fuerte de al menos cien kilos, construida de acero templado, empotrada en la pared y con varios dedos de cemento armado alrededor. Vamos, que para tener estos medios de seguridad debería antes vender todas mis joyas. Eso sí, luego ni la banda del Clooney y Brad Pitt se atrevían a poner un dedo sobre mis pertenencias.

 

Una de las cosas buenas que tienen los seguros del hogar es que, en principio, también estamos amparados para poder hacer uso de los servicios jurídicos que nos proporciona el seguro de responsabilidad civil. Vamos, que si tienes un problema legal, en teoría te pagan a un abogado y los gastos que conlleve un proceso judicial que emprendas.

 

Eso sí, si nos fijamos en las excepciones veremos que no nos ayudarán para afrontar las cosas más comunes: sanciones de tráfico, es decir, las multas; reclamaciones a compañías proveedoras de energía (gas, electricidad, teléfono, agua); ni aquellas que tengan que ver con la Administración (Hacienda o ayuntamientos, por ejemplo), o la jurisdicción laboral (los problemas del curre) o los problemas que tengamos con empresas constructoras.

 

Es decir, que el 95 por ciento de las cosas que nos pueden afectar negativamente en nuestra vida no tienen defensa por parte de nuestro seguro. Para poder hacer uso del seguro de responsabilidad civil hay que vivir en una cueva, en medio de campo, sin coche y no trabajar por cuenta ajena, o sea, ser un hombre del Neardental o, si nos trasladamos a tiempos más modernos, convertirse en un okupa.

 

Qué le vamos a hacer. El seguro del hogar y de responsabilidad civil son así. Pero al de vida no se queda atrás. Oye, que tienen todo previsto. Qué listos son estos señores que escriben la letra pequeña de los seguros. Por ejemplo, no se te ocurra suicidarte en el primer año de vigencia del seguro que no te lo pagan. Y otro dato a tener en cuenta, tampoco te cubre si el accidente es haciendo navegación submarina (lo siento comandante Custeau) o en viajes de exploración (lo siento Willie Fog) o formando parte de una prueba deportiva (por eso nunca he querido formar parte de ningún equipo).

 

Para el tema del seguro de vida han hilado tan fino que establecen el dinero que te tienen que dar según lo que afecte un accidente a cada miembro de tu cuerpo. Que te cortas un dedo, pues según qué dedo, si es de la mano o del pie, y cuántas falanges te hayas cargado, te ofrecen una suma de dinero. Ellos tienen un cuadro que llaman de invalidez. Según lo que te haya pasado, pues así te cotizan.

 

Contemplan desde la pérdida del dedo gordo del pie y todos y cada uno de los de las manos hasta la pérdida del olfato y del gusto. Eso sí, si te mueres por SIDA, te da un síncope, una embolia, sufres una hemorragia o la palmas de una enfermedad profesional, lo sentimos pero el seguro ya no corre con los gastos. A ver, que si hay que morirse por favor elijan alguna forma original de hacerlo. Por cierto, si el deceso ocurre en un accidente de coche, ya sea como conductor o como peatón, asegúrese de no haber bebido porque si supera los límites legales, tampoco hay compensación. Ya lo decía Stevi: “Si bebes no cobras”, aunque estés asegurado.

 

Eso sí, yo que soy de natural optimista, en el tema de seguros lo esencial creo que lo tengo cubierto. Si choca una aeronave, la de Star Trek, un suponer, contra mi casa y te la deja como el castillo de Espera, y uno de los fragmentos de la nave te corta el dedo gordo del pie derecho, no hay de qué preocuparse porque, además de correr con los gastos de reconstrucción, te pagan un 20 por ciento de la póliza de vida por el dedo.

 

Pero fijaos cómo estos de los seguros piensan en todo y no se les escapa nada. Figúrate tú, en ese trance, con la casa demolida y sin el dedo gordo del pie. ¿Qué es lo primero que pone a mi disposición la compañía aseguradora? No os lo vais a creer: un aparato de televisión y vídeo durante quince días. Quién puede pedir más. Bueno sí, que en lugar del vídeo me presten un DVD, que el vídeo ya parece cosa del pasado, ¿no?.

 

Ángel Quero

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3 comentarios

Ana Mari -

Ojú que pechá reí jajaja. Muy bueno. ¡Digno de representación!

erpereh -

Bueno, bueno de verdad.
¡ Y lo peor es que todo es cierto!

Julian Candon -

Que bueno quiyo! Me he jartao de reir!
Sigue escribiendo que me lo paso que te cagas!!!
Un abrazo Ángel!
Julián