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RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero

RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero

ANTONIO VEGA

(In Memóriam)

 

El pasado martes falleció Antonio Vega, uno de los mayores exponentes del panorama musical español de los últimos treinta años, tanto en su etapa con Nacha Pop (1980-1988), como en su carrera en solitario (desde 1991).

Dicen -lo dicen los médicos, que de esto saben un montón- que ha muerto a causa de un cáncer pulmonar.

Que se tratase de un cáncer, un infarto de miocardio o una dolencia de nombre impronunciable, para mí, no se lo tomen a mal, es lo de menos.

Parece ser que para morir necesitamos un diagnóstico médico. Nadie nos deja escaquearnos de este mundo porque sí, sin más, sin ofrecerle antes a los doctores la oportunidad de una explicación, una excusa que puedan transmitir a los demás sobre por qué nos hemos ido.

Pero en el caso de Antonio Vega, quizás seríamos más precisos si nos remitiéramos a un diagnóstico poético (sí, sí, he dicho poético): Antonio Vega ha muerto de sí mismo, y llevaba años muriéndose. Sólo era cuestión de acordar una fecha para hacerlo oficial, y esa fecha fue el pasado 12 de Mayo, como podía haber sido otra cualquiera.

Padecer de uno mismo es una afección muy común entre poetas, y es que a nadie se le escapa que Antonio Vega, aunque pase a la posteridad como músico, era, ante todo, un poeta -de los de verdad, quiero decir-.

Sus colegas de profesión se referían a él como "Ese Chico Triste y Solitario", incluso titularon así un disco tributo en su honor.

Antonio Vega era un hombre introvertido, de una gran sensibilidad, y supongo -pues no le conocí- que de pocas palabras. A través de su música - y sobre todo, de sus letras- encontró el vehículo ideal para exteriorizar, de algún modo, parte de su mundo interior, al que le concedió la palabra dotando a sus composiciones de un carácter intimista alejado de la superficialidad, a veces frívola, que impregna buena parte de la música Pop.

Por eso Antonio Vega gusta tanto y a tantos. Sus letras dejan las puertas abiertas a la interpretación de cada uno, por lo que cualquiera puede fácilmente hacerlas suyas y sentirse identificado con ellas.

Recuerdo la primera vez que supe de él, o que al menos fui consciente de su existencia.

Fue durante la primera mitad de los noventa, cuando vi el videoclip de "El Sitio de mi Recreo". Caí fulminado víctima de un flechazo, comprendí enseguida que me encontraba ante un gran compositor que era capaz de impregnar la música de poesía.

Aquellas imágenes, tipo vídeo casero, del jardín -quizás para acentuar la sencillez de la composición, que no simplicidad-, me evocó la idea de "el jardín secreto", quizás porque había algo de eso, de ese pequeño espacio íntimo en el que uno deja de ser con los demás para ser sencillamente uno mismo y con uno mismo. Esa canción, mágica, me ha acompañado desde entonces y me acompañará siempre, y nunca ha perdido un ápice de la emoción que sentí la primera vez que la escuché.

Una vez tuve la oportunidad -oportunidad que, por supuesto, no vacilé en aprovechar- de asistir a uno de sus conciertos. Fue en verano de 2005, en Los Viveros de Valencia. Cual no fue mi sorpresa cuando, al verle salir al escenario, comprobé lo que ya sabía: Antonio Vega estaba envejeciendo a paso galopante, y ante mí se presentaba como un anciano de solo 47 años de edad. Fue tan impactante, tan triste..., pero en seguida cogió la guitarra y se puso a tocar, como diciendo que si algún día había que morir, tendría que ser con las botas puestas, como de hecho así ha sido. Ofreció un magnífico concierto, que espero conservar en la memoria lo mejor posible.

El pasado martes nos dejó un virtuoso de la sencillez, un músico, un poeta, un maldito que lidió con la Muerte hasta que la Muerte le dijo aquí estoy yo.

Y se fue, dejándonos su obra, un puñado de canciones que son mucho más que eso. Son fragmentos, destellos, reflejos de un hombre que se llamaba Antonio Vega, y a quien hoy he querido dedicarle este pequeño homenaje.

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