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RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero

RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero

BAJAS POR DEPRESIÓN

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Soy partidario de la brevedad en los artículos de opinión, ser conciso e ir al grano de lo que se quiere comentar. Pero hay ciertos asuntos en los que, debido a los diferentes elementos que se ven implicados, es conveniente extenderse un poco más.

Es por eso que al tema de las bajas por depresión, que me interesa bastante porque no deja de sorprenderme lo cutres que podemos llegar a ser, he dedicido tratarlo en dos entregas.

Aclarado este punto, empezaré diciendo que la depresión es un trastorno mental que, en algún momento de la vida, puede acabar afectando a más del 10% de la población.

Incapacita a quien la padece, ya que el depresivo pierde el interés y el entusiasmo por todo, o casi todo. Sufre lo inimaginable y, en casos extremos, la depresión puede acabar en suicidio, o dicho de otro modo, en muerte. Parece ser, por tanto, que estamos ante un tema muy serio con el que no deberíamos jugar.

¿Qué ocurre, entonces, en España, cuando un trabajador cae en depresión?

Pues bien, va al médico -de la Seguridad Social, se entiende- y éste le receta unos antidepresivos -por ejemplo, fluoxetina; conocida popularmente por la denominación comercial Prozac-, al tiempo que le aconseja que se distraiga, y le da de baja laboral.

Pero detengámonos un momento en este punto, el tratamiento.

En España aún existe un enfoque jerárquico entre dos disciplinas que en mi opinión deberían ser tratadas, paralela o conjuntamente, al mismo nivel. Hablo de la Psiquiatría y la Psicología. Aún se da prioridad a los psiquiatras sobre los psicólogos, al menos en los casos que yo he conocido, no puedo hablar de los demás.

Tengo constancia de más de un paciente que ha solicitado a su médico ser tratado por un psicólogo, y el médico, estando completamente de acuerdo en que, efectivamente, eso sería lo más apropiado para su caso, le ha dicho: "Lo siento, pero eso no puedo decidirlo yo. Lo único que puedo hacer es enviarle a un psiquiatra, y si el lo cree oportuno, entonces le remitiría a un psicólogo".

La filosofía que subyace aquí, a mi entender, es que si la depresión se puede arreglar con fármacos, pues mejor. Es más rápido, más económico, y el paciente puede regresar al tajo antes, lo cual beneficia tanto a la empresa -a la que prestaremos especial atención la próxima semana- como al propio Estado. Pero, ¿beneficia al enfermo?

No voy a negar la eficacia de los antidepresivos. Al contrario, cumplen su cometido. Pero en multitud de ocasiones, una vez concluido el tratamiento farmacológico, sólo es cuestión de tiempo que surja una recaída, un nuevo episodio depresivo que, por lo general, tiende a ser más grave que el anterior, dada la frustración que supone caer nuevamente en depresión.

Y es que, en el afán por lograr una recuperación lo más inmediata posible, que permita el regreso al puesto de trabajo (=producción), nos hemos olvidado de que no estamos hablando de máquinas industriales que se arreglan con un "parche" y ala, a seguir funcionando. Estamos hablando de personas, personas con problemas pendientes de resolución que han sido totalmente dados de lado, y que en muchas ocasiones son los desencadenantes de un episodio depresivo.

Un fármaco puede ayudar a un paciente a sentirse mejor, pero no le orienta, no le enseña a enfrentarse a la vida de un modo más saludable, no le ayuda a resolver esos conflictos que le han empujado a la depresión. Superar dichos conflictos -baja autoestima, sentimientos de culpabilidad, no aceptación de la pérdida de un ser querido, etc.- es una tarea que el paciente debe asumir como propia, siendo ideal la orientación y el seguimiento, claro está, de un buen psicólogo; un psicólogo que, al menos al inicio de la terapia, le pueda atender semanalmente, y no una vez al mes, como es habitual en nuestra Seguridad Social, si es que dicha atención acaba teniendo lugar.

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