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RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero

RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero

HUELGA DE METRO EN LONDRES

 

Esta semana he tenido que pasar un par de días en Londres, y cual no fue mi sorpresa cuando me enteré, una vez allí, de que había sido convocada una huelga de metro exactamente para esos días; el metro, que desplaza a tres millones de personas diariamente. Menos mal que no la convocaron para un día antes, si no, aun no sé dónde hubiera pasado la primera noche, la noche del lunes.

El caso es que la huelga comenzó el martes a las 19:00 -las siete de la tarde, vamos-.

Bien, la experiencia es para vivirla.

Podría hablaros de cómo necesité tres horas en autobuses urbanos para hacer un recorrido que normalmente dichos autobuses llevan a cabo en hora y media. Toda una prueba para la paciencia de cualquier persona, sobre todo si debes coger un avión que no espera. Los autobuses iban pisando huevos, el centro de la cuidad era un caos.

No obstante, me apetece más contaros un pequeño episodio, referente a un recorrido en metro que hice la tarde del martes, cuando apenas faltaba una hora y media para que el paro diese comienzo.

Más que una huelga, a esa hora tuve la impresión de que se hubiese decretado toque de queda.

La gente iba como loca hacia las paradas de metro que, lógicamente, se colapsaron. Nadie quería que el temita le cogiese en la calle, sin estar "a salvo", cerca de su casa; "Tonto el ulti", que sería el lema.

Además, para muchos era la hora de dar de mano, y como me encontraba en la zona financiera, me vi repentinamente rodeado de chupatintas bien trajeados, aunque no faltaba tampoco algún que otro hortera para que aquello no dejase de ser Londres, por supuesto. Estábamos allí, todos apretaditos en el túnel, con una calor del carajo, y sin podernos mover mucho o casi nada, mientras una voz procedente de los altavoces insistía en pedir disculpas debido a las molestias ocasionadas; y es que en este país son muy educados, no faltan los buenos modales ni cuando le dan a uno por el culo, da gusto -lo de los buenos modales, quiero decir, no lo otro-.

Pasados unos minutos, por suerte menos de los que esperaba que podría haber durado aquello, pude por fin acceder a los andenes. Pero eso no fue todo, aun quedaba pendiente un segundo reto: ¿Quién es ahora el guapo que se sube a un vagón? De nuevo el lema: "Tonto el ulti".

Una vez en el andén, a pesar de encontrarme cerca de la vía, acceder al metro no era tarea fácil. En apenas un minuto llegó uno, petado como una lata de sardinas. Al abrirse las puertas, parece ser que casi nadie tenía interés en apearse allí, en la parada de Bank; o eso o que no podían bajarse, enganchados como estaban los unos a los otros. Sólo unos cuantos "afortunados" procedían a ocupar los escasos huecos disponibles como si fuesen fichas de tetris, y pasados unos segundos... a huir, la lata de sardinas salía zumbando.

Afortunadamente no tardaba en llegar otra lata. La multitud -pues éramos más de tres- estaba tan pegada a la vía que aun no me explico cómo no se llevaron a nadie por delante. Total, que a la cuarta vino la vencida, al menos para mí.

Tenía aun medio cuerpo fuera del vagon, intentando averiguar si podría entrar entero o si tendría que hacer el trayecto en dos viajes cuando, de pronto, la misma voz que pedía disculpas por los altavoces -la misma voz o la voz de su prima- dijo aquello de: "Tengan cuidado con la puerta". ¡Joder que si debía tener cuidado! Me las vi cerrándose a toda hostia, y yo aun por entrar del todo y sin posibilidad de retroceder. No tuve más remedio que dar un empujón hacia dentro como buenamente pude. Logré entrar, sí, con las puertas rozándome las posaderas -o sea, el culo-, pero entré, convirtiéndome así en sardina, en ficha de tetris o en ensayo de londinense novato, vayan ustedes a saber.

Una vez dentro, había junto a mí un hombre con turbante que se las había visto y deseado al igual que yo. Por unos momentos aquel desconocido y servidor habíamos compartido un mismo destino -qué profundo-: Hacer el gilipollas en el metro de Londres. El pobrecito iba todo encorvado amoldándose a la forma del vagón -dudo mucho que él fuese así de curvo en condiciones normales-, pero es que yo iba igual. Delante de mí, otro hombre, aparentemente más joven que el anterior, muy moreno, vestido de negro y con paraguas, me sonrió como diciendo "¡Vaya película!", a lo que yo, ahora que lo pienso, con otra sonrisa levemente diferente para así modificar el contenido del mensaje, en un acceso de pedantería le debería haber contestado: "No se confunda, señor, para la película faltan, al menos, tres elementos imprescindibles: Un hombre misterioso con un maletín igual de misterioso y que se cree que todo el mundo sospecha de él porque en realidad el tipo no es más que un mierdecilla, una mujer presa de un ataque de histeria a la que se le quitan las tonterías con una bofetada, y por supuesto, el elemento estrella: La mujer embarazada, siempre tiene que haber una mujer embarazada. Ah, bueno, y tampoco estaría nada mal un poli de incógnito con la mision de trincar al mierdecilla del maletín" Lo sé, con esto de la película se me ha ido un poco la pinza, pero no pienso borrarlo, es lo que hay.

Llegados a ese punto de complicidad -es lo que tiene rozarse con extraños- mis preocupaciones se redujeron en ese momento a sólo una: Que a ningún hijoputa le diera por peerse. Puede parecer vulgar, pero admito que lo pensé. En situaciones así la mente se centra en todo lo relacionado con la supervivencia, y la contaminación del poco oxígeno disponible era un asunto muy serio.

El viaje, afortunadamente para mí, apenas duró unos minutos. En Liverpool Street había quedado con Cecilia, que llegó más o menos al mismo tiempo que yo. Y aunque el plan inicial era asistir a un concierto que iba a tener lugar en una tienda de discos, debido a la suspension de éste acabamos en Café 1001, un local muy apacible y en el que se suelen organizar actividades culturales de diferente índole. Allí, tranquilamente y sentados en un sofá, pasamos la tarde entre café, cerveza, y hablando de nuestras cosas.

Sin duda, esto último fue lo mejor de mi fugaz visita a Londres.

 

 

 

 

 

 

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3 comentarios

Pam -

Jaja..como me suena todo eso!!precisamente una de las razones por las q decidí huir de Londres fue por esas maravillosas mañanas en las que el metro me hacia sentir como una sardinita enlatadas, con el codo del de al lao metiendomelo por la cara, el calor enfermizo de la calefacción y como no, el pedo mañanero q se tiraba el de al lao sin compasión niguna, jejeje..pero ya pasooo, ahora respiro aire puro en el campito, aunq echando de menos Londres, q contradicción!

Ana Mari -

Ofú qué agobio nada más de pensarlo... Muy bueno lo de las "flatulencias" (jajaja), yo habría pensado lo mismo :P

ilgora -

Uffff , que ardua tarea transitar por el Metro londinense