Hagamos un cuento entre todos!!!
Saludos a todos, amigos,
os invito a que escribamos juntos un cuento o relato; yo comenzaré con el principio, y quien quiera que vaya siguiéndolo y continuando la historia libremente, tan sólo hay que ir desarrollando un hilo conductor, pero claro, cada uno que aporte lo que vea en la parte que añada vale??? A ver qué historia sale de diferentes cabecitas!!!
PS: Evidentemente, con cierta extesión, que lo finalice quien mejor entrevea su final, y libre como el viento la IMAGINACIÓN!!
Salud y Alegría!!
NOTA DE PLUMABIERTA:
A partir de ahora las nuevas aportaciones al relato se anyadiran como articulos nuevos, bajo el tema "Cuento Entre Todos", que la primera opcion que aparece en el listado de temas. En Plumabierta nos encargaremos de anyadir las nuevas aportaciones a este articulo, para que formen parte del cuento.
PARTE 1: El caso de la Sra. Méinz (aportacion de MariAngeles)
Aquel pueblo parecía estar inmerso en un eterno invierno gélido, donde el frío parecía haber tensado los rostros inexpresivos de sus gentes. Todo un manto gris cubría a la población, un manto aquel que se mantenía intacto desde que ocurriese el misterioso caso de la Sra. Méinz, un caso aquel del que nadie quería hablar, todos recordaban e intentaban olvidar diariamente.
Para poder contaros esta historia, tenemos que viajar unos treinta años atrás en el tiempo, cuando aún la primavera decoraba con flores el bello valle y sus prados, cuando los muchachos iban a bañarse al lago Sansa y las mujeres lavaban sus ropas a orillas del río Trent, un río por el que bullía la vida en cada estación del año…
Por aquel entonces, los oficios más destacados entre los hombres del pueblo eran el de talar árboles, curtir pieles y sazonar las carnes de las cacerías, también había un importante sector dedicado a la artesanía: alfareros, zapateros, carpinteros, etc., que llenaban todas las mañanas la plaza mayor del pueblo con sus puestos y donde se podía encontrar todo tipo de artículos hechos en el lugar, además, les acompañaban en la venta agricultores ambulantes de todo el condado que vendían hermosos tomates, ricas lechugas, sabrosas patatas y demás frutas y hortalizas. También estaban los apicultores con garrafas de diferente peso para la miel, pasteleros, floristas, sastres y todo lo que podía necesitarse en aquel lugar para vivir confortablemente.
En aquellos años, el pueblo contaba con unos cinco mil aldeanos, era la época de mayor esplendor, ya que nunca habían sido tantos los que poblaban la aldea; habían construido con el tiempo una escuela, una iglesia, un cementerio, un hospital, un ayuntamiento, habían acondicionado los caminos, se preocupaban por la limpieza de sus calles, en fin, era un pequeño lugar en el mundo donde se podía vivir en armonía y en paz con sus habitantes, todo esto, claro, fue antes de que sucediera el trágico episodio de la Sra. Méinz, un caso que todavía sobrecogía y atemorizaba a la población, ya que … nunca se supo realmente qué ocurrió con certeza, nunca nadie entendió, racionalmente, cómo pudo suceder todo aquello.
PARTE 2 (Aportacion de Niti)
El pueblo se encontraba a los pies de una loma, una loma desde la que se divisaban todas las casitas blancas con sus tejados de pizarra. Los más ancianos del lugar comentaban que tiempo ha, existió un enorme roble en su cima, pero que de la noche a la mañana el árbol se pudrió y con sus restos la gente hizo leña y carbón para calentarse. En cualquier caso, fuese verdad o fuese leyenda aquello, lo cierto es que la parte más alta de la loma no tenía rastro alguno de ningún árbol.
Nadie sabe muy bien quién la encontró, la gente como en tantas cosas nunca se puso de acuerdo. Y todavía hoy, cuando las abuelas quieren asustar a sus nietos con un cuento a medianoche, cuando acurrucados por la lumbre los hombres empiezan a hablar en voz baja, las versiones difieren. Hay quién gusta de decir que el primero que vio a la Sra. Meinz fue un pastorcillo con sus ovejas, otros que un anciano que iba al bosque cercano a coger setas, aquellos que fue una pareja de novios rezagada en la noche cómplice, los más que había sido un cazador con su hijo, los menos que fue una mujer ya entrada en años que había salido de su casa a echar grano a las gallinas... El caso es que a pesar de que aún la noche no se había ido y el día todavía no había llegado, muy pronto el griterío, las voces y el nudo en la garganta lo inundaron todo. Allí en aquella loma desde la que se veían los tejados de las casas y a la que todo el mundo señalaba con miedo, había alguien crucificado, como un Cristo. El globo rojo que era el sol despuntaba con sus rayos por detrás de la loma y no fueron pocos los que muy pronto reconocieron a la Sra. Meinz.
PARTE 3 (aportacion de Erpereh)
Estaba allí, perfectamente vestida como para ir a misa de domingo. Su limpia cara reflejaba un extremo cuidado en la escenografía del cruel acto, pues sus cuencas vacías miraban a los temerosos aldeanos que se habían acercado a ver qué era lo que producía tanto revuelo, sin que ni una gota de sangre marcara su horrible rostro. La única sangre que punzaba la vista de sus vecinos era la que aún goteaba de sus muñecas y pies cruelmente clavados a la madera no por uno, sino por tres clavos de gran tamaño. Dos atravesaban su pálida carne de adelante a atrás pero el tercero lo hacía a la inversa y su punta sobresalía escandalosamente hacia los temerosos espectadores debido a su enorme tamaño.
La Sra. Méinz nunca había sido demasiado bonita pero aun así había sido pretendida años atrás por un comerciante de lana que venía todos los años recorriendo las fincas de los alrededores en busca de género. La cosa iba bien encaminada. Incluso William, que así se llamaba el comerciante de lana, estaba buscando una casa para asentarse allí en Musselburg y así poderse casar con ella. La Sra. Méinz (Caroline en su juventud) era la única hija del difunto alcalde Richard, el principal artífice de la reciente prosperidad del pueblo. Huérfana de madre desde hace años y heredera de una modesta fortuna, Caroline se había convertido en un buen partido para cualquiera que no buscara una esposa excesivamente guapa. William no pensaba dejar pasar aquella oportunidad, incluso últimamente había empezado a pensar que podría llegar a enamorarse de ella.
Una tarde se oyeron unos lastimeros aullidos de dolor en la casa de Caroline y la hallaron desmayada en la entrada con la cara y las manos seriamente quemadas. Necesitó meses de intensas y dolorosas sesiones con ungüentos y cataplasmas que le sanaron sus heridas pero que no pudieron disimular las profundas cicatrices que le surcaban el rostro. Desde entonces Caroline quedó profundamente alterada y nunca más le dirigió la palabra a nadie aunque se sabía que por las noches lloraba y se lamentaba por sus habitaciones. William no pudo soportarlo y un día desapareció del pueblo lo cual sólo consiguió acrecentar las habladurías de las gentes que no lo tenían en demasiada estima, y aumentar la pena y alteración de Caroline. Con el pasar de los años Caroline quedó cada vez más aislada de los demás que empezaron a llamarla Sra. Méinz, adoptando su apellido de soltera, más por respeto a su edad que por su estado civil.
Como digo, todo iba bien hasta que pasó aquel terrible “accidente”, el cual, visto desde la distancia, no fue más que el primero de una serie de extraños sucesos que concluirían su progresiva escalada allí, en la loma, en aquella fría mañana………...
…...………en la cruz.
PARTE 4 (Aportacion de Julián Candón)
Treinta años de silencio era mucho tiempo. Pero lo que más le sorprendía era la complicidad sepulcral que envolvía todo aquello y cómo, a pesar del largo paso de los años, cual condena, el misterio seguía presente a diario en cada uno de los aldeanos. Y así, envuelto en esa sorpresa que atravesaba los muchos kilómetros hasta llegar al lugar de su procedencia, llegó a Musselburg, Andrew Merholz, el nuevo párroco.
Recién salido del seminario. Su juventud descubría la cara asustadiza del que llega a un nuevo lugar sabiendo ser el centro de todas las miradas. Hacía mucho que no se veía una cara nueva por allí. Pero, aún así, la cara de los que seguían con sus ojos su recorrido hasta la iglesia era como la de quien veía pasar a un perro, libre de cualquier guiño de sorpresa o novedad.
La Sra. Frampton, quien guardaba la llave de la iglesia, le dio la bienvenida de una forma tan cordial como seca y le acompañó al interior de lo que sería, desde es día, su nuevo lugar de trabajo. Mientras la Sra Frampton le explicaba donde estaban las diferentes habitaciones de la capilla, Andrew iba visualizándolo todo y recordaba las conversaciones que había tenido, a través de correspondencia postal, con el Padre Murray. Fue la tumba de éste, situada en la parte de atrás, lo último que le enseñó la Sra Frampton.
Tras recordarle el horario de los servicios la Sra Frampton se despidió. Andrew entró en su habitación y guardó el poco equipaje que tenía. Seguidamente se dirigió al despacho pastoral y empezó a ordenar los libros y documentos que portaba consigo que, sin duda, superaba al bulto de sus ropas. No era casualidad que Andrew acabase en aquella parroquia. El Padre Murray era un viejo amigo de la familia Merholz. Él casó a los padres de Andrew y le bautizó. Murray apadrinó a Andrew para su ingreso en el seminario y mantuvieron su amistad, escribiéndose cartas muy frecuentemente. Gracias a las cartas de Murray, Andrew sabía del extraño misterio que envolvía a aquella aldea por el cual sentía tanta atracción. El de la Sra. Méinz.
Andrew fue el primero en su promoción con diferencia. Su meticulosidad fue una de sus principales herramientas. Y aquello le llevó a tener le más alto nivel académico. Haciendo uso de esa cualidad Andrew empezó a examinar las notas que encontró del Padre Murray. Tras varias horas escudriñando Andrew quiso tomarse un descanso. Y fue entonces, cuando apartó la mirada del escritorio para dirigirla a la ventana que tenía a su derecha, que se percató de una pequeña apertura que separaba el sinfonier de la pared. Andrew quiso empujarlo para acabar de acercarlo hasta la pared, pero no pudo. Hizo un nuevo intento con más fuerza y, de la presión, notó como se le abrió un poco uno de los cajones. Andrew entendió que había algo tras ese cajón que impedía que se cerrase correctamente. Así que optó por separar, de nuevo, el sinfonier. Cuando lo tuvo completamente separado vio como la estrecha madera que cubría la parte de atrás del mueble se arqueaba por la parte central, justo a la altura del cajón que no acababa de cerrar. Buscó algo que le ayudase a quitar la contratapa. Tras quitarla descubrió una caja metálica del tamaño de un joyero. La cogió muy despacio, la puso sobre el escritorio y la examinó sin tocarla, como si esperase a que le dijese algo. Mientras la miraba pensaba por qué el Padre Murray tenía una caja guardada con la intención de que nadie la viese. Al fin se decidió a abrirla pero estaba cerrada bajo llave. Buscó en el manojo de llaves que le dio la Sra. Frampton, pero no encontró ninguna llave tan pequeña. Se reclinó en la silla y volvió a pensar. De repente vio el crucifijo que había en un lado del escritorio y se acordó de cómo Murray se despedía en todas sus cartas: “Y recuerda hijo: la clave está en la cruz.”
Agarró el crucifijo por la parte central con la mano izquierda y puso la mano derecha en la base de éste, que lo aguantaba de pie. Hizo un pequeño esfuerzo y, tras un leve crujido, empezó a desenroscar la base justo por la mitad. Cuando acabó, allí, envuelta en una bolsita de terciopelo, se encontraba una pequeña llave que encajaba a la perfección con la cerradura de la caja.
PARTE 5 (Aportacion de Pedrin)
- William, por favor... Yo sola no puedo hacerlo. Alguien tiene que ayudarme, alguien fuerte, como tu.
Caroline lloraba mientras suplicaba, y William, sin dar credito a lo que acababa de escuchar, negaba rotundamente con la cabeza mientras contenia las lagrimas.
- Tienes idea de lo que me estas pidiendo? Desde cuando soy yo un asesino? Caroline, estas enferma. Necesitas un medico. Dejame que te lleve a la capital, por favor, alli se encuentran los mejores especialistas.
- Realmente piensas que un medico puede hacer algo por mi? De verdad lo crees? Mira! Mira y dime que esto es cosa de medicos!
Caroline se desnudo bruscamente. William no se atrevia a mirar. Finalmente habia llegado a amar a aquella mujer. Conocia todas sus quemaduras y cicatrices como si estuviesen marcadas en su propio cuerpo; verlas le producia el mas profundo dolor.
- Mira, te he dicho! -grito Caroline- Mira y dime que esto es cosa de medicos y no que es obra del mismisimo Diablo! Mira!
William alzo lentamente la vista y contemplo el cuerpo desnudo de Caroline. Eran tantas las heridas que lo colmaban que ya apenas quedaba espacio libre en su piel. Las mas recientes aparecian montadas sobre otras anteriores conformando una serie de estratos de carne semisangrienta y deforme, siendo imposible el cierre completo de ninguna de las heridas, que a menudo se reabrian o se infectaban con facilidad.
- Por que? Por que, Caroline? Por que te haces esto?- pregunto William llorando.
- Que insinuas? -dijo ella molesta- Aun piensas que esto es cosa mia, que estoy loca o algo asi? Dime, es eso lo que piensas, que estoy loca y que me dedico a provocarme quemaduras y a darme de cuchilladas? Dime, es eso lo que realmente piensas? Porque si es asi, no me explico como es que sigues viniendo a verme.
William, por prudencia, guardo silencio durante unos segundos. Quizas no debio decir aquello, ya que ella parecia estar totalmente convencida de la presencia de la mano del Diablo.
- Sigo viniendo a verte porque me importas, me importas mucho y lo sabes- dijo finalmente.
- Me quieres? -pregunto Caroline.
- Bien sabes que si.
- Pues entonces debes acabar con todo esto. Llevame a La Loma del Viejo Roble, alli fue donde empezo todo y alli es donde debe acabar. El Diablo llego a Musselburg la misma noche que acabo con el viejo roble. Lo pudrio por completo para asi anunciar que con su venida la calamidad se cenyiria sobre este pueblo. Pero anyos mas tarde llego mi padre. Mi padre trajo prosperidad y felicidad a esta tierra, y eso Satanas jamas se lo perdonaria, de ahi que ahora haya venido por mi.
William se sentia agotado. Ya habia oido bastante por aquella tarde y, sin decirle una palabra a Caroline, tomo la firme determinacion de ir a la capital a localizar un especialista que estuviese dispuesto a acompanyarle a Musselburg para atenderla.
Estaba convencido de que Caroline sufria alguna extranya enfermedad, no obstante, antes de partir, considero conveniente hacer una visita al Padre Murray. Nadie mejor que el conoceria la naturaleza del Diablo en caso de que este se manifestase.
Bajo secreto de confesion le conto detalladamente todo lo que estaba sucediendo con Caroline, asi como su intencion de ir a la capital en busca de ayuda medica.
El cura, conmovido por la historia, mostro su total apoyo a William y le sugirio que visitara a un colega suyo que habia trabajado en casos similares, y cuya experiencia seguramente le seria de bastante utilidad.
- Estoy seguro de que el estara dispuesto a echaros una mano, de hecho, le llamare para comentarle que vas en camino. Con sus conocimientos y la ayuda de Dios todo saldra bien, no te preocupes. Ve, pues, en paz, hijo, y cuando te sientas desamparado, recuerda lo que digo siempre: Reza, la clave esta en la cruz.
Pero William jamas regreso de la capital. Desaparecio, desaparecio y jamas se supo nada de el.
Sus ojos, junto con los de la Sra. Meinz, aparecieron anyos mas tarde dentro de un frasco que Andrew, el parroco que acababa de llegar a Musselburg, hallo en el interior de una caja metalica del tamanyo de un joyero.
El joven sacerdote quedo horrorizado.
Aquellos ojos, anonimos para el, parecian mirarle fijamente como si clamasen justicia.
PARTE 6 (Aportacion de Mariscal)
Ojos conservados perfectamente en una especie de aceite viscoso, de color igual al vino que utilizaba para sus misas diarias, también un pergamino muy bien doblado, descolorido y mal oliente en el que se podía leer: “La maldición está por llegar, pero la salvación está en la cruz…” el resto estaba manchado muy posiblemente del mismo aceite y era imposible leer mas. Al joven Andrew le recorrió un frio escalofrío, no podía creer que su mentor y amigo guardara tal secreto, ahora empezaba a entender que las cartas podrían ser su confesión. Pero es imposible que el Padre Murray tuviera que ver con tal crueldad.
Pasados unos días poco a poco se fue adaptando e intentando asimilar su macabro descubrimiento, no había un solo día que no intentara leer algo más del pergamino.
En el domingo de resurrección, día en el que a la Iglesia solía ir mas gente de lo usual, incluso que desde el frio mármol del Altar era imposible ver el fondo de la Iglesia.
Durante la comunión, una mujer con vestiduras y mal aseada se le acerco.
- El cuerpo de Cristo
Se inclino sobre él y sobre su oído susurro: “ La clave está en la Cruz, y sus ojos nos vigilan…amen”
Se volvió y entre la gente se disipo…
Nota de Plumabierta: Esta iniciativa esta en marcha desde el pasado 17 de Diciembre, a propuesta de MariAngeles.
PARTE 7 (aportacion de Miguel Duran)
Desde el comentario de aquella mujer anónima, Andrew no podía apartar el tema de su cabeza. Todo el día no dejaba de darle vueltas al asunto y solía despertarse en mitad de la noche sobresaltado con la imagen del terrorífico frasco con esos ojos desafiantes clavados en su mirada.
Andrew cada vez se encontraba más desquiciado, apenas comía... no tenía apetito. Siempre estaba rondando en su cabeza la necesidad de hacer algo, su compromiso con la religión llevaba implícito la ayuda a todas las personas, vivas o....muertas.
Una tarde Andrew se encontraba pensativo sentado en su escritorio, sin quitar la vista al sinfonier que durante tanto tiempo guardó el secreto. Ahí pasaban las horas solo acompañado con la monotonía del tictac continuo del viejo reloj de pared. El tiempo transcurría de forma lenta y constante. Hasta que llegó la noche y la oscuridad invadió el exterior. De repente sintió un golpe junto a la ventana, Andrew volvió rápidamente la mirada hacia ella y sorprendido divisó a aquella mujer, que no había visto desde el momento de la comunión. Corrió hacia la ventana y la vió como se alejaba por el camino, por el camino que sube a la Loma del Viejo Roble.
Andrew no se lo pensó, cogió su abrigo, una linterna y salió detrás de ella.
4 comentarios
Miguel Durán -
MariÁngeles -
Pedrin -
erpereh -
¡PARAD A ESE TIO QUE SE VA HA METER EN UN LIOOOO!
No se si el final me gustará pero el recorrido está siendo escalofriante.
¡que siga!,¡que siga!