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QUÉ miedo. ¿Y si me miro,
y el hombre que refleja mi palabra
no se parece a mí;
si andando por la calle,
él y yo juntos, nadie nos confunde?
¿Cuál de los dos sería el disfrazado, el falso,
el que no tiene orgullo?
¿Y si el hombre, que hay en mi palabra,
algún día me mira -porque yo
no fuera hombre sino espejo de hombre-
y no se reconoce?
Qué miedo.
Nada de símbolos
-no valen simulacros-:
si la palabra es hombre,
el hombre es la palabra.

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