Desnudos. Sin papeles.
Se conocieron, de casualidad, en una parada de autobús, una noche sin horarios, sin prisas y sin luna. Ella estaba perdida en una ciudad a la que acababa de llegar. Él pasaba por allí, como otro extraño más, buscando alivio en sus pasos, buscando una sonrisa en otro rostro. Las calles de Edimburgo estaban tranquilas y el frío silencio intercalaba las miradas en atajos que ayudaban a acortar distancias. Dos. Ellos dos. Un país ajeno. Dos lenguas diferentes. Y una coordenada exacta en un mapa dividido al azar por una mano ambiciosa e insensata. Pero las líneas diseñadas en el suelo no importaban en este espacio y tiempo que ellos dos mismos delimitaron como suyo propio. Nada más importaba que ese preciso instante en el que dos extraños se intercambiaban complicidad y deseo. - Are you ok? (¿Estas bien?) Él le pregunto con su acento nigeriano. - No. Lost (No. Perdida). Chapurreó ella con su inglés de los días de colegio. Esa noche no tenía para ella significado en su agenda. Había sido un día envuelto en mantas y tedio y al caer la noche se había propuesto entonces no quedarse tumbada en el sofá viendo una televisión que apenas lograba entender. Por ello se pintó los ojos con valor, se puso los tacones y salió a la calle. Y allí estaba minutos más tarde, sola, con un extraño que le ofrecía su mano y la protegía de su punzante confusión. - I am meeting a friend and then i am going to a night club. Want to come? (He quedado con un amigo y luego vamos a ir a un club. ¿Te vienes?) No sabía muy bien lo que le acababa de decir, pero ya todo le daba casi igual, y en ese momento necesitaba riesgo y misterio, más que seguir esperando otro autobús. "Ok" y a la aventura se fue con él. Esa noche esos dos extraños acabaron conociéndose entre almohadas y enredándose perdidamente entre palabras que sonaban como versos indescifrables para cada uno de los dos. Por ello acordaron insonorizar su boca y quemaron diccionarios y mapas con sus besos y su piel. Aprendieron a leer sus cuerpos y en ellos descubrieron con sus dedos un nuevo lenguaje. A la mañana siguiente, ella era feliz. Se había despertado en un corazón distinto. Como una niña recién nacida abrió sus ojos y su viejo llanto desapareció después del primer abrazo. El calor corría en su interior a la velocidad de una guindilla cuesta abajo. Picantes. Así fueron los primeros platos. Desde entonces, las llamadas y los mensajes fueron tan asiduos como las sirenas en la ciudad. "I miss you" ("Te echo de menos"). Ella apenas entendía sus mensajes, y las conversaciones telefónicas eran infinitos trabalenguas. Sin embargo, ella se conformaba con escuchar su voz, ese sonido que sonreía en cada acento. Durante tres meses intercambiaron algo más que sexo… y vivieron de manera acelerada, pero con precaución. Hasta ese día. Hasta el día y la hora de la pregunta. "Do you want to marry me?" ("¿Te quieres casar conmigo?"). Esta vez sí que captó al primer intento la pregunta y su deseo era, entonces, no haber entendido nada. La historia se volvía a repetir. Otra vez, como otras muchas veces. ¿Por qué? La pregunta era un grito desesperado. Él suplicaba ayuda. Y ella no podía ayudarlo. Aunque en su corazón se veía vestida de blanco, en el espejo solo veía el reflejo de una chica joven y el esqueleto de planes en el aire. Por eso no quería atarse a ninguna cuerda, más allá que a un juego de sábanas. Entonces, como en otros capítulos de su vida se sintió utilizada, "¿Por qué?" Y lloraba pensando que su cuerpo no valía más que una firma y un papel. Y otra vez, odiaba el amor y su carruaje lleno de mentiras. Ahora que sus pasos parecían volar alto, de nuevo, sus ilusiones aterrizaban en el punto cero de una ciudad de hadas, tristes. "¿Me quería?" Ella lo amaba y le costaba pensar que todo ese cruce de miradas fuesen frívolos pasatiempos. El amor no podía cruzar fronteras sin papeles. Desnudo. Un amor ilegal en un territorio, ¿De quién? Y ella no podía ayudarlo. "¿Por que?" Él quería seguir jugando con ella, pero tuvo que marcharse. Su barco de papel de periódico se hundió, en algún mar, y con el todo lo demás.
Somos códigos de barras, números, ecuaciones complicadas. ¿Ilegales? ¿Quién marca las fronteras? ¿Caducamos en tanto que llevamos etiquetas colgadas como marionetas? Al final, los papeles se convierten en hojas envejecidas, olvidados, atrapados bajo nubes de polvo. Como decía aquel poeta gallego marinero "ficamos nós sós. Sin o Mar e sin o barco. Nós". ("Quedamos nosotros solos. Sin el mar y sin el barco. Nosotros"). Solos. Desnudos. Tú y yo.
Eugenia Cabaleiro Pereira
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