RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero
ESCUELA PÚBLICA
Acabo de leer el artículo "Piscinas de verano" de mi gran amigo Alfonso. En él, a través de sus recuerdos infantiles, concluye en algo sobre lo que le oído hablar cientos de veces: La existencia de clases sociales, "un mal a exterminar".
Inmediatamente he recordado el debate que constantemente surge sobre las diferencias entre escuela publica y privada.
Yo lo tengo claro, me quedo con la escuela pública; y a la privada, que le den.
La simple existencia de estos dos modelos de enseñanza es prueba más que suficiente para demostrar lo que afirma mi amigo Alfonso, y que comparto al cien por cien: La sociedad está dividida en clases, como lo ha estado siempre.
¿Por qué prefiero la escuela pública? Por una sencilla razón. Porque además de las asignaturas que deben contribuir a la formación del bagaje cultural del alumno, la escuela pública proporciona una enseñanza que va más allá, pues se trata de la primera toma de contacto que el niño tiene con la realidad social, a la cual deberá enfrentarse el resto de su vida.
El alumnado de la escuela pública viene a ser, a grosso modo, una muestra representativa de la sociedad del lugar y del momento, pero a escala infantil. Fíjense, por ejemplo, en cómo han aumentado las matriculaciones de niños procedentes de otras culturas debido al aumento, también, de la inmigración. Cada niño aprenderá, o debería aprender, que no todos hemos nacido en igualdad de condiciones, pero que todos debemos ser tratados con el mismo respeto.
En la escuela privada, en cambio, esta diversidad se simplifica. La muestra de alumnos no es representativa de la sociedad, sino que es más homogénea, ya que para acceder a un colegio privado existe una criba económica. Los niños de papá serán compañeros de juego de otros niños de papá, y vivirán dentro de un mundo ficticio en el que se les privará del conocimiento directo y de la interacción con niños procedentes de entornos sociales diferentes al suyo. Dicho de otro modo, estos niños de la escuela privada crecerán en una burbuja que nada tendrá que ver con la realidad del mundo que les rodea. Y esa asignatura, el conocimiento de la realidad social, aunque no se refleje en los boletines de notas, a mí me parece fundamental.
Yo puedo asegurar que, en mi caso personal, a través de la escuela pública aprendí mucho sobre todo esto que estoy comentando, lo cual me ha evitado muchas sorpresas desagradables en la vida adulta.
De pequeño, procediendo de una familia muy humilde con una economia más humilde todavía, ya me codeaba con la hija del director del colegio, con los hijos del director de la sucursal de la Caja de Ahorros, con el hijo de un teniente de alcalde -que llegó a ser alcalde-, con la hija del actual Delegado de Educación de Cádiz, con el hijo de uno que había sido emigrante en Holanda, con otro cuyo padre se buscaba la vida "echando peonás" en el campo, etc. Con todos ellos me llevaba bien, pero siempre fui consciente -del modo en que los chiquillos pueden ser conscientes de algo-, del lugar que cada uno de nosotros ocupaba en la sociedad. Además, mi madre nunca tuvo reparos en recordármelo y, como no quería que me llevase ningun chasco, cada vez que me veía pasar mucho tiempo con algún hijo de empresario -por ejemplo-, me advertía cariñosamente: "Ten cuidado, Pedrín, hijo. Que esos niños, por muy amigos que sean, no son de nuestra clase... Ellos viven de otra manera, están acostumbrados a otras cosas". Muy sabia mi madre al emplear la palabra exacta, "clase". Pero bueno, también debo matizar que, debido a nuestra precaria situación económica, para mi santa madre, de otra clase podía ser cualquiera cuyo padre, simplemente, tuviese trabajo fijo.
Como muestra de lo que cuento, un botón, una pequeña anécdota que, ahora que soy mayor y habiendo transcurrido unos veinticinco años, me estremece cada vez que la recuerdo:
Una mañana, en clase, estábamos dando el tema del tiempo y las periodicidades, y teníamos que decir cosas que tuviesen lugar una vez al día, una vez a la semana, etc.
Bien, jamás se me olvidará el momento en que el maestro preguntó por algo que ocurriera una vez al mes. Pasados unos segundos, y pareciendo que a nadie se le ocurría nada, finalmente una compañera, hija del actual concejal delegado de yo no sé qué, contestó algo así como: "Cobrar el sueldo", a lo que todos asintieron e hicieron algunos comentarios en plan "¡Ahhh..., es verdad!".
Yo, uno de los alumnos más aventajados de la clase, no tenía ni idea de eso, no sabía exactamente de qué demonios estaban hablando. Y una vez que lo comprendí, o que sospeché por donde iban los tiros, me sentí desplazado. Inconscientemente, en mí se estaba forjando una enseñanza profunda e importante. De un modo subyacente estaba aprendiendo que no todos somos iguales, que existen clases, y que éstas están estrechamente vinculadas a la situación económica de cada cual. Ya de pequeño me estaba empezando a enterar de qué iba la pelicula. Y parte de esa enseñanza, por la cual me siento bastante agradecido, se la debo a la escuela pública.
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Ana Mari -