RADIO CELESTE, por Pedro Pérez Linero
MARCHANDO UNA DE FEISBUK
Me preocupan mis amigos, de verdad, me preocupan bastante. Temo que se me estén volviendo tontos o algo parecido. No sé qué ocurre, pero me da a mí que podría ser contagioso. Verán, les cuento:
Todo empezó del modo en que suelen empezar estas cosas, de una manera inocente. Nadie quería, pero todos caímos.
Hace dos veranos, un reducido grupo de doscientos mil españoles invadió durante un par de meses el hostal donde vivía en Edimburgo. "Ellos tendrán Gibraltar -decían-, pero Edimburgo es nuestra", y así se pasaron el veranito, con la excusa de mejorar el Inglés mientras trabajaban en algún empleo de media jornada para irse de birras la otra media.
El caso es que al final del verano, no sé cómo, cuando quise darme cuenta, me vi formando parte de una de esas redes sociales de Internet -Facebook, en adelante Feisbuk- para así mantener el contacto con ellos y con otros, de diferentes procedencias, que iban pasando por el hostal y con los que uno acababa teniendo cierto apego.
Se fueron sucediendo los meses y, de vez en cuando, recibía un correo en mi cuenta que decía algo así como: "Fulanito de Tal quiere ser tu amigo. ¿Aceptar?". Sólo faltaba que dijera "Venga, tío, ¿le vas a decir que no?" Y yo, sin quererle dar ninguna importancia, pues aceptaba y punto.
Más tarde, dejándome llevar por no sé qué extraña inercia imperativa, yo mismo tomé la iniciativa en más de una ocasión y mostré mi intención de ser amiguito de terceras personas -la verdad es que prefiero la palabra "contacto", pero ese es otro tema-.
Hasta ahí todo bien. De un modo muy superficial -pues sería ingenuo tener otras aspiraciones- podía tener noticias sobre unos y otros, y me alegraba encontrar fotos y saber por donde se encontraban, lo cual compensaba de algún modo mi temor, quizás paranoico, de que alguien sacase temas personales espinosos "en público" o de que algún amigo hijodeputa, que también los hay, cometiese la imprudencia de colgar alguna foto en la que apareciese yo, por ejemplo, haciendo un calvo.
En un principio, por lo tanto, la función del invento parecía clara y sencilla.
¿Cuándo surge, entonces, el problema?
El problema surge cuando, de pronto, me entero de que mi amiga Hermenegilda es una fruta, en concreto un melón, o de que Roberto es la canción "Amo a Laura, pero esperaré hasta el matrimonio", de Los Happiness.
¿Que mi amiga es una fruta? ¿Que mi amigo es una canción? Tampoco le di importancia, me lo tomé como un juego que incluso tenía su gracia, nada más. Pero no quedó ahí la cosa.
Con el tiempo se fueron multiplicando este tipo de intervenciones en Feisbuk, cobrando incluso mayor importancia que los propios mensajes entre usuarios. Preguntas del estilo de "¿Qué personaje de X-Men eres?" se volvieron más que habituales. Gracias a ello, cada vez que me conecto, aprendo algo nuevo sobre mis amigos. ¿Dije antes que Feisbuk es superficial? Lo retiro.
Ahora sé, por ejemplo, que mi amigo Joaquín es miembro del grupo "I love David Hasselhoff like he was my own father" ("Quiero a David Hasselhoff como si fuera mi propio padre").
He sabido también que a Agustina le ha dicho una galleta de la fortuna -una galleta parlante, supongo- que no sea tan impaciente y que exprese sus sentimientos. Y saber que yo, a las galletas, me las como. Si las dejara hablar, a lo mejor me podrían solucionar un par de dudas existenciales de esas que me persiguen desde la infancia, como por ejemplo, por qué puñetas los mosquitos se callan exactamente en el mismo instante en que enciendo la luz para buscarlos.
Fabiola, otra que bien baila, forma parte del grupo "Yo también muerdo las pajitas de los refrescos cuando acabo", y ahora me entero yo de que lo que bebía Fabiola era refresco. Sin comentarios.
Otro, Manolo. Manolo es el no va más. Ha hecho un test de hijoputismo. Sí, como lo leen, de hijoputismo, y le ha salido que es normalito, o sea, que su madre es puta normal.
A Arturo, en otro test -¿quién los diseña?- le ha salido que entre los personajes de Disney, él es Blancanieves. A causa del citado test, Arturo ha abandonado su prometedora carrera como jugador de rugby y ha decidido estudiar Jardín de Infancia, para de este modo rodearse de enanos. Ahora afirma que le entusiasma cantar con los pajaritos cuando pasea por el bosque, al tiempo que nos pide que, por favor, de ahora en adelante le llamemos Arturito.
Y como estos casos que os cuento, muchos más.
Mis amigos, antes personas a las que yo consideraba razonablemente cuerdas y medianamente inteligentes -como mínimo-, ahora se han vuelto canciones de Hombres G, se han vuelto personajes de El Padrino o de El Señor de los Anillos, se han vuelto flores, frutas, se han vuelto días de la semana, meses y estaciones del año...
Mis amigos... ¡Qué demonios! ¡Mis amigos se han vuelto subnormales! Si no, no entiendo lo que les está pasando. Les falta un riego... o dos. O posiblemente ya estuvieran así antes y yo no me he dado cuenta hasta ahora, lo cual tampoco dice mucho a favor de mi propia inteligencia. De hecho, no crean, comienzo a dudar de ella. Y es que, como dije nada más abrir este artículo, temo que sea contagioso. Con tanto pseudotest de personalidad y metáfora feisbukiana, me ha acabado picando la curiosidad, y llevo días dándole vueltas a un tema que no puedo quitarme de la cabeza por más que lo intento. La cuestión es:
¿Y yo?, ¿qué personaje de Shin Chan soy?
4 comentarios
Elvira -
Ana Mari -
erpereh -
Saludos.
Niti -