La cena se enfriaba en la mesa ...
La cena se enfriaba en la mesa aun teniendo sus comensales servidos y dispuestos, pero la noticia había caído como una jarra de agua helada, nadie se atrevió, durante unos minutos, a abrir ni tan siquiera la boca y, mayoritariamente, dirigían sus miradas a la posición de los cubiertos o al plato que tenían frente a sí.
El abuelo, con sus ya ochenta y tantos años, no estaba para tontear con la hora de la comida, ya que su diabetes no le permitía flexionar con estos horarios y, aun así, se quedó prácticamente inmóvil y se limitó a tomar un pequeño sorbo de agua.
Mi hermana y su marido mostraron una estampa bastante infantil, ya que sus rostros se tornaron bastante rojos, sobre todo la parte de sus mejillas, frentes y mentones; evidentemente, la vergüenza les engullía.
Mi padre, con los codos sobre la mesa y el plato entre estos dos, apoyaba su cabeza sobre sus manos entrecruzadas a la altura de su prominente nariz de judío. Parecía que divisara así el infinito, como el que reflexionara sobre el por qué de lo acontecido.
Mi madre, sentada como siempre frente a mí, fue la única que, apaciblemente, me miró a los ojos y sonrió ... acto seguido, pinchó sobre la ensalada.
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