Sobre lo efímero y cambiante
El callejón húmedo y oscuro
con banda sonora de ratas…
que bello lugar cuando apareciste,
cuando te derramaste en mi pecho
y mis brazos me hicieron sentir hombre,
cuando las paredes solo querían
el eco de tu voz y mis oídos
ya no escuchaban nada
cuando la luz perfecta, la penumbra,
bañaba nuestros cuerpos y nuestra intimidad,
mis labios eran ríos de cosquillas que amanecían
y mi lengua me regalaba el tacto de tu sabor.
¿cuántas estrellas brillaban en nuestros ojos?
cuánto campo había en nuestras almas,
había miles de soles en nuestros pechos,
nuestras bocas se convirtieron en flautas
y tu olor se metió en mis suspiros
hasta echar raíces en mis entrañas
y ahora estoy sin ti,
y el callejón es bosque sin luna,
noche de pleamar y vigoroso invierno,
pero no me da por salir de esta calle,
ni buscar luces de neón en compañía de la
multitud solitaria, me siento imán pegado a hierro,
simplemente te espero, aunque de antemano sepa
que la que acude en tu ausencia es una tal esperanza
con navaja de barbero amarrada al liguero
y los brazos entrañablemente abiertos hacia mí
me da la sensación de estar echándole los perros
a un fantasma que sé que existe pero que no veo,
al hueco que has dejado en mi tiempo pero que
constante y desesperante no eres tú,
adoro este infierno porque un segundo antes
eras tú, cielo mío, porque lo que corría por mis venas
era sístole y diástole con cadencia por alegrías,
pero ahora mismo me quema desde el tuétano
hacia fuera y se está comiendo mi cuerpo con hambre
solo sé que necesito vaciarme de ti,
que justo ahora soplará un aire
que será brisa y me elevará
para convertime quizás
esta vez, en una nube
correteando por el azul
Antoine L’Jimir
0 comentarios