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Narrativa

La cena se enfriaba en la mesa ...

La cena se enfriaba en la mesa ...

 

 

 

La cena se enfriaba en la mesa aun teniendo sus comensales servidos y dispuestos, pero la noticia había caído como una jarra de agua helada, nadie se atrevió, durante unos minutos, a abrir ni tan siquiera la boca y, mayoritariamente, dirigían sus miradas a la posición de los cubiertos o al plato que tenían frente a sí.

 

El abuelo, con sus ya ochenta y tantos años, no estaba para tontear con la hora de la comida, ya que su diabetes no le permitía flexionar con estos horarios y, aun así, se quedó prácticamente inmóvil y se limitó a  tomar un pequeño sorbo de agua.

 

            Mi hermana y su marido mostraron una estampa bastante infantil, ya que sus rostros se tornaron bastante rojos, sobre todo la parte de sus mejillas, frentes y mentones; evidentemente, la vergüenza les engullía.

 

            Mi padre, con los codos sobre la mesa y el plato entre estos dos, apoyaba su cabeza sobre sus manos entrecruzadas a la altura de su prominente nariz de judío. Parecía que divisara así el infinito, como el que reflexionara sobre el por qué de lo acontecido.

 

            Mi madre, sentada como siempre frente a mí,  fue la única que,  apaciblemente, me miró a los ojos y sonrió ... acto seguido, pinchó sobre la ensalada.

Hagamos un cuento entre todos !!!

Hagamos un cuento entre todos !!!

Saludos a todos, amigos,

 

                                                os invito a que escribamos juntos un cuento o relato;  yo comenzaré con el principio, y quien quiera que vaya siguiéndolo y continuando la historia libremente, tan sólo hay que ir desarrollando un hilo conductor, pero claro, cada uno que aporte lo que vea en la parte que añada vale???   A ver qué historia sale de diferentes cabecitas!!!

 

PS:  Evidentemente, con cierta extesión, que lo finalice quien mejor entrevea su final,  y libre como el viento la IMAGINACIÓN!!

 

                                                                                                                                                                                         Salud y Alegría!!

 

 

 

NOTA DEL PRINGAO ENCARGADO DEL MANTENIMIENTO DEL BLOG:

 

QUIEN DESEE PARTICIPAR EN LA PROPUESTA DE MARIÁNGELES, PUEDE HACERLO EN LA SECCIÓN COMENTARIOS DE ESTE ARTÍCULO Y YO ME ENCARGARÉ DE IRLOS INTEGRÁNDOLOS EN EL MISMO ARTÍCULO PARA QUE ASÍ SE PUEDA LEER TODO DE UN MODO CONTINUO Y SE PUEDA VER DE UN SOLO VISTAZO COMO VA EVOLUCIONANDO EL RELATO.

 

SI ALGUIEN NO PUEDE COLOCAR SU FRAGMENTO EN LA SECCIÓN COMENTARIOS, PUEDE COLGARLO COMO ARTÍCULO NORMAL, Y CUANDO TENGA TIEMPO, LO INTEGRO EN ÉSTE. ÁNIMO.

 

RECOMENDACIÓN: ANTES DE COLGAR UNA NUEVA PARTE DEL RELATO CONVENDRÍA CONSULTAR EN "COMENTARIOS" POR SI ACASO ALGUIEN HUBIESE AÑADIDO UNA NUEVA APORTACIÓN QUE AÚN NO HUBIESE SIDO PUESTA EN ESTE ARTÍCULO.

 

 

 PARTE 1:     El caso de la Sra. Méinz

 

 Aquel pueblo parecía estar inmerso en un eterno invierno  gélido, donde el frío parecía haber tensado los rostros inexpresivos de sus gentes. Todo un manto gris cubría a la población, un manto aquel que se mantenía intacto desde que ocurriese el misterioso caso de la Sra. Méinz, un caso aquel del que nadie quería hablar, todos recordaban e intentaban olvidar diariamente.

Para poder contaros esta historia, tenemos que viajar unos treinta años atrás en el tiempo, cuando aún la primavera decoraba con flores el bello valle y sus prados, cuando los muchachos iban a bañarse al lago Sansa y las mujeres lavaban sus ropas a orillas del río Trent, un río por el que bullía la vida en cada estación del año…

Por aquel entonces,  los oficios más destacados entre los hombres del pueblo eran el de talar árboles, curtir  pieles y sazonar las carnes de las cacerías, también había un importante sector dedicado a la artesanía: alfareros, zapateros, carpinteros, etc., que llenaban todas las mañanas la plaza mayor del pueblo con sus puestos y donde se podía encontrar todo tipo de artículos hechos en el lugar, además, les acompañaban en la venta agricultores ambulantes de todo el condado que vendían hermosos tomates, ricas lechugas, sabrosas patatas y demás frutas y hortalizas. También estaban los apicultores con garrafas de diferente peso para la miel, pasteleros, floristas, sastres y todo lo que podía necesitarse en aquel lugar para vivir confortablemente.

En aquellos años, el pueblo contaba con unos cinco mil aldeanos, era la época de mayor esplendor, ya que nunca habían sido tantos los que poblaban la aldea; habían construido con el tiempo una escuela, una iglesia, un cementerio, un hospital, un ayuntamiento, habían acondicionado los caminos, se preocupaban por la limpieza de sus calles, en fin, era un pequeño lugar en el mundo donde se podía vivir en armonía y en paz con sus habitantes, todo esto, claro, fue antes de que sucediera el trágico episodio de la Sra. Méinz, un caso que todavía sobrecogía y atemorizaba a la población, ya que … nunca se supo realmente qué ocurrió con certeza, nunca nadie entendió, racionalmente, cómo pudo suceder todo aquello.

  

 

PARTE 2  (Aportacion de Niti al relato)

 

El pueblo se encontraba a los pies de una loma, una loma desde la que se divisaban todas las casitas blancas con sus tejados de pizarra. Los más ancianos del lugar comentaban que tiempo ha, existió un enorme roble en su cima, pero que de la noche a la mañana el árbol se pudrió y con sus restos la gente hizo leña y carbón para calentarse. En cualquier caso, fuese verdad o fuese leyenda aquello, lo cierto es que la parte más alta de la loma no tenía rastro alguno de ningún árbol.

 

Nadie sabe muy bien quién la encontró, la gente como en tantas cosas nunca se puso de acuerdo. Y todavía hoy, cuando las abuelas quieren asustar a sus nietos con un cuento a medianoche, cuando acurrucados por la lumbre los hombres empiezan a hablar en voz baja, las versiones difieren. Hay quién gusta de decir que el primero que vio a la Sra. Meinz fue un pastorcillo con sus ovejas, otros que un anciano que iba al bosque cercano a coger setas, aquellos que fue una pareja de novios rezagada en la noche cómplice, los más que había sido un cazador con su hijo, los menos que fue una mujer ya entrada en años que había salido de su casa a echar grano a las gallinas... El caso es que a pesar de que aún la noche no se había ido y el día todavía no había llegado, muy pronto el griterío, las voces y el nudo en la garganta lo inundaron todo. Allí en aquella loma desde la que se veían los tejados de las casas y a la que todo el mundo señalaba con miedo, había alguien crucificado, como un Cristo. El globo rojo que era el sol despuntaba con sus rayos por detrás de la loma y no fueron pocos los que muy pronto reconocieron a la Sra. Meinz.

  

 

PARTE 3 (aportacion de Erpereh al relato)

 

   Estaba allí, perfectamente vestida como para ir a misa de domingo. Su limpia cara reflejaba un extremo cuidado en la escenografía del cruel acto, pues sus cuencas vacías miraban a los temerosos aldeanos que se habían acercado a ver qué era lo que producía  tanto revuelo, sin que ni una gota de sangre marcara su horrible rostro. La única sangre que punzaba la vista de sus vecinos era la que aún goteaba de sus muñecas y pies cruelmente clavados a la madera no por uno, sino por tres clavos de gran tamaño. Dos atravesaban su pálida carne de adelante a atrás pero el tercero lo hacía a la inversa y su punta sobresalía escandalosamente hacia los temerosos espectadores debido a su enorme tamaño.

 

   La Sra. Méinz nunca había sido demasiado bonita pero aun así había sido pretendida años atrás por un comerciante de lana que venía todos los años recorriendo las fincas de los alrededores en busca de género.  La cosa iba bien encaminada. Incluso William, que así se llamaba el comerciante de lana, estaba buscando una casa para asentarse allí en Musselburg  y así poderse casar con ella. La Sra. Méinz (Caroline en su juventud) era la única hija del difunto alcalde Richard, el principal artífice de la reciente prosperidad del pueblo. Huérfana de madre desde hace años y heredera de una modesta fortuna, Caroline se había convertido en un buen partido para cualquiera que no buscara una esposa excesivamente guapa. William no pensaba dejar pasar aquella oportunidad, incluso últimamente había empezado a pensar que podría llegar a enamorarse de ella.

 

    Una tarde se oyeron unos lastimeros aullidos de dolor en la casa de Caroline y la hallaron desmayada en la entrada con la cara y las manos seriamente quemadas. Necesitó meses de intensas y dolorosas sesiones con ungüentos y cataplasmas que le sanaron sus heridas pero que no pudieron disimular las profundas cicatrices que le surcaban el rostro. Desde entonces Caroline quedó profundamente alterada y nunca más le dirigió la palabra a nadie aunque se sabía que por las noches lloraba y se lamentaba por sus habitaciones. William no pudo soportarlo y un día desapareció del pueblo lo cual sólo consiguió acrecentar las habladurías de las gentes que no lo tenían en demasiada estima, y aumentar la pena y alteración de Caroline. Con el pasar de los años Caroline quedó cada vez más aislada de los demás que empezaron a llamarla Sra. Méinz, adoptando su apellido de soltera, más por respeto a su edad que por su estado civil.

 

Como digo, todo iba bien hasta que pasó aquel terrible “accidente”, el cual,  visto desde la distancia, no fue más que el primero de una serie de extraños sucesos que concluirían su progresiva escalada allí, en la loma, en aquella fría mañana………...

 

…...………en la cruz.

 

 

PARTE 4 (Aportacion de Julián Candón al relato)

 

 Treinta años de silencio era mucho tiempo. Pero lo que más le sorprendía era la complicidad sepulcral que envolvía todo aquello y cómo, a pesar del largo paso de los años, cual condena, el misterio seguía presente a diario en cada uno de los aldeanos. Y así, envuelto en esa sorpresa que atravesaba los muchos kilómetros hasta llegar al lugar de su procedencia, llegó a Musselburg, Andrew Merholz, el nuevo párroco.

 

Recién salido del seminario. Su juventud descubría la cara asustadiza del que llega a un nuevo lugar sabiendo ser el centro de todas las miradas. Hacía mucho que no se veía una cara nueva por allí. Pero, aún así, la cara de los que seguían con sus ojos su recorrido hasta la iglesia era como la de quien veía pasar a un perro, libre de cualquier guiño de sorpresa o novedad.

 

La Sra. Frampton, quien guardaba la llave de la iglesia, le dio la bienvenida de una forma tan cordial como seca y le acompañó al interior de lo que sería, desde es día, su nuevo lugar de trabajo. Mientras la Sra Frampton le explicaba donde estaban las diferentes habitaciones de la capilla, Andrew iba visualizándolo todo y recordaba las conversaciones que había tenido, a través de correspondencia postal, con el Padre Murray. Fue la tumba de éste, situada en la parte de atrás, lo último que le enseñó la Sra Frampton.

 

Tras recordarle el horario de los servicios la Sra Frampton se despidió. Andrew entró en su habitación y guardó el poco equipaje que tenía. Seguidamente se dirigió al despacho pastoral y empezó a ordenar los libros y documentos que portaba consigo que, sin duda, superaba al bulto de sus ropas. No era casualidad que Andrew acabase en aquella parroquia. El Padre Murray era un viejo amigo de la familia Merholz. Él casó a los padres de Andrew y le bautizó. Murray apadrinó a Andrew para su ingreso en el seminario y mantuvieron su amistad, escribiéndose cartas muy frecuentemente. Gracias a las cartas de Murray, Andrew sabía del extraño misterio que envolvía a aquella aldea por el cual sentía tanta atracción. El de la Sra. Méinz.

 

Andrew fue el primero en su promoción con diferencia. Su meticulosidad fue una de sus principales herramientas. Y aquello le llevó a tener le más alto nivel académico. Haciendo uso de esa cualidad Andrew empezó a examinar las notas que encontró del Padre Murray. Tras varias horas escudriñando Andrew quiso tomarse un descanso. Y fue entonces, cuando apartó la mirada del escritorio para dirigirla a la ventana que tenía a su derecha, que se percató de una pequeña apertura que separaba el sinfonier de la pared. Andrew quiso empujarlo para acabar de acercarlo hasta la pared, pero no pudo. Hizo un nuevo intento con más fuerza y, de la presión, notó como se le abrió un poco uno de los cajones. Andrew entendió que había algo tras ese cajón que impedía que se cerrase correctamente. Así que optó por separar, de nuevo, el sinfonier. Cuando lo tuvo completamente separado vio como la estrecha madera que cubría la parte de atrás del mueble se arqueaba por la parte central, justo a la altura del cajón que no acababa de cerrar. Buscó algo que le ayudase a quitar la contratapa. Tras quitarla descubrió una caja metálica del tamaño de un joyero. La cogió muy despacio, la puso sobre el escritorio y la examinó sin tocarla, como si esperase a que le dijese algo. Mientras la miraba pensaba por qué el Padre Murray tenía una caja guardada con la intención de que nadie la viese. Al fin se decidió a abrirla pero estaba cerrada bajo llave. Buscó en el manojo de llaves que le dio la Sra. Frampton, pero no encontró ninguna llave tan pequeña. Se reclinó en la silla y volvió a pensar. De repente vio el crucifijo que había en un lado del escritorio y se acordó de cómo Murray se despedía en todas sus cartas: “Y recuerda hijo: la clave está en la cruz.”

 

Agarró el crucifijo por la parte central con la mano izquierda y puso la mano derecha en la base de éste, que lo aguantaba de pie. Hizo un pequeño esfuerzo y, tras un leve crujido, empezó a desenroscar la base justo por la mitad. Cuando acabó, allí, envuelta en una bolsita de terciopelo, se encontraba una pequeña llave que encajaba a la perfección con la cerradura de la caja.

PARTE 5 (Aportacion de Pedrin)

- William, por favor... Yo sola no puedo hacerlo. Alguien tiene que ayudarme, alguien fuerte, como tu.

Caroline lloraba mientras suplicaba, y William, sin dar credito a lo que acababa de escuchar, negaba rotundamente con la cabeza mientras contenia las lagrimas.

- Tienes idea de lo que me estas pidiendo? Desde cuando soy yo un asesino? Caroline, estas enferma. Necesitas un medico. Dejame que te lleve a la capital, por favor, alli se encuentran los mejores especialistas.

- Realmente piensas que un medico puede hacer algo por mi? De verdad lo crees? Mira! Mira y dime que esto es cosa de medicos!

Caroline se desnudo bruscamente. William no se atrevia a mirar. Finalmente habia llegado a amar a aquella mujer. Conocia todas sus quemaduras y cicatrices como si estuviesen marcadas en su propio cuerpo; verlas le producia el mas profundo dolor.

- Mira, te he dicho! -grito Caroline- Mira y dime que esto es cosa de medicos y no que es obra del mismisimo Diablo! Mira!

William alzo lentamente la vista y contemplo el cuerpo desnudo de Caroline. Eran tantas las heridas que lo colmaban que ya apenas quedaba espacio libre en su piel. Las mas recientes aparecian montadas sobre otras anteriores conformando una serie de estratos de carne semisangrienta y deforme, siendo imposible el cierre completo de ninguna de las heridas, que a menudo se reabrian o se infectaban con facilidad.

- Por que? Por que, Caroline? Por que te haces esto?- pregunto William llorando.

- Que insinuas? -dijo ella molesta- Aun piensas que esto es cosa mia, que estoy loca o algo asi? Dime, es eso lo que piensas, que estoy loca y que me dedico a provocarme quemaduras y a darme de cuchilladas? Dime, es eso lo que realmente piensas? Porque si es asi, no me explico como es que sigues viniendo a verme.

William, por prudencia, guardo silencio durante unos segundos. Quizas no debio decir aquello, ya que ella parecia estar totalmente convencida de la presencia de la mano del Diablo.

- Sigo viniendo a verte porque me importas, me importas mucho y lo sabes- dijo finalmente.

- Me quieres? -pregunto Caroline.

- Bien sabes que si.

- Pues entonces debes acabar con todo esto. Llevame a La Loma del Viejo Roble, alli fue donde empezo todo y alli es donde debe acabar. El Diablo llego a Musselburg la misma noche que acabo con el viejo roble. Lo pudrio por completo para asi anunciar que con su venida la calamidad se cenyiria sobre este pueblo. Pero anyos mas tarde llego mi padre. Mi padre trajo prosperidad y felicidad a esta tierra, y eso Satanas jamas se lo perdonaria, de ahi que ahora haya venido por mi.

William se sentia agotado. Ya habia oido bastante por aquella tarde y, sin decirle una palabra a Caroline, tomo la firme determinacion de ir a la capital a localizar un especialista que estuviese dispuesto a acompanyarle a Musselburg para atenderla.

Estaba convencido de que Caroline sufria alguna extranya enfermedad, no obstante, antes de partir, considero conveniente hacer una visita al Padre Murray. Nadie mejor que el conoceria la naturaleza del Diablo en caso de que este se manifestase.

Bajo secreto de confesion le conto detalladamente todo lo que estaba sucediendo con Caroline, asi como su intencion de ir a la capital en busca de ayuda medica.

El cura, conmovido por la historia, mostro su total apoyo a William y le sugirio que visitara a un colega suyo que habia trabajado en casos similares, y cuya experiencia seguramente le seria de bastante utilidad.

- Estoy seguro de que el estara dispuesto a echaros una mano, de hecho, le llamare para comentarle que vas en camino. Con sus conocimientos y la ayuda de Dios todo saldra bien, no te preocupes. Ve, pues, en paz, hijo, y cuando te sientas desamparado, recuerda lo que digo siempre: Reza, la clave esta en la cruz.

Pero William jamas regreso de la capital. Desaparecio, desaparecio y jamas se supo nada de el.

Sus ojos, junto con los de la Sra. Meinz, aparecieron anyos mas tarde dentro de un frasco que Andrew, el parroco que acababa de llegar a Musselburg, hallo en el interior de una caja metalica del tamanyo de un joyero.

El joven sacerdote quedo horrorizado.

Aquellos ojos, anonimos para el, parecian mirarle fijamente como si clamasen justicia.

Nota de Plumabierta: Esta iniciativa esta en marcha desde el pasado 17 de Diciembre.

Axolotl - Julio Cortazar

Axolotl - Julio Cortazar

El otro día cuando vi el corto de "Alma" inmediatamente me acordé de dos relatos que leí hace tiempo y que tienen una similitud sorprendente (entre ellos y con el corto). Uno de los relatos era de mi hermana Esther y otro de Julio Cortazar. Le he enviado el link a mi hermana y si no le importa publicaré su relato aquí en el blog. Mientras os dejo el de Cortazar, merece la pena, no tiene desperdicio:


Axolotl


Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.

En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.

No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.

Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?

Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.

Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

Hagamos un cuento entre todos!!!

Hagamos un cuento entre todos!!!

Saludos a todos, amigos,

 

                                                os invito a que escribamos juntos un cuento o relato;  yo comenzaré con el principio, y quien quiera que vaya siguiéndolo y continuando la historia libremente, tan sólo hay que ir desarrollando un hilo conductor, pero claro, cada uno que aporte lo que vea en la parte que añada vale???   A ver qué historia sale de diferentes cabecitas!!!

 

PS:  Evidentemente, con cierta extesión, que lo finalice quien mejor entrevea su final,  y libre como el viento la IMAGINACIÓN!!

 

                                                                                                                                                                                         Salud y Alegría!!

 

 

 

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 PARTE 1:     El caso de la Sra. Méinz

 

 Aquel pueblo parecía estar inmerso en un eterno invierno  gélido, donde el frío parecía haber tensado los rostros inexpresivos de sus gentes. Todo un manto gris cubría a la población, un manto aquel que se mantenía intacto desde que ocurriese el misterioso caso de la Sra. Méinz, un caso aquel del que nadie quería hablar, todos recordaban e intentaban olvidar diariamente.

Para poder contaros esta historia, tenemos que viajar unos treinta años atrás en el tiempo, cuando aún la primavera decoraba con flores el bello valle y sus prados, cuando los muchachos iban a bañarse al lago Sansa y las mujeres lavaban sus ropas a orillas del río Trent, un río por el que bullía la vida en cada estación del año…

Por aquel entonces,  los oficios más destacados entre los hombres del pueblo eran el de talar árboles, curtir  pieles y sazonar las carnes de las cacerías, también había un importante sector dedicado a la artesanía: alfareros, zapateros, carpinteros, etc., que llenaban todas las mañanas la plaza mayor del pueblo con sus puestos y donde se podía encontrar todo tipo de artículos hechos en el lugar, además, les acompañaban en la venta agricultores ambulantes de todo el condado que vendían hermosos tomates, ricas lechugas, sabrosas patatas y demás frutas y hortalizas. También estaban los apicultores con garrafas de diferente peso para la miel, pasteleros, floristas, sastres y todo lo que podía necesitarse en aquel lugar para vivir confortablemente.

En aquellos años, el pueblo contaba con unos cinco mil aldeanos, era la época de mayor esplendor, ya que nunca habían sido tantos los que poblaban la aldea; habían construido con el tiempo una escuela, una iglesia, un cementerio, un hospital, un ayuntamiento, habían acondicionado los caminos, se preocupaban por la limpieza de sus calles, en fin, era un pequeño lugar en el mundo donde se podía vivir en armonía y en paz con sus habitantes, todo esto, claro, fue antes de que sucediera el trágico episodio de la Sra. Méinz, un caso que todavía sobrecogía y atemorizaba a la población, ya que … nunca se supo realmente qué ocurrió con certeza, nunca nadie entendió, racionalmente, cómo pudo suceder todo aquello.

  

 

PARTE 2:  (Aportacion de Niti al relato)

 

El pueblo se encontraba a los pies de una loma, una loma desde la que se divisaban todas las casitas blancas con sus tejados de pizarra. Los más ancianos del lugar comentaban que tiempo ha, existió un enorme roble en su cima, pero que de la noche a la mañana el árbol se pudrió y con sus restos la gente hizo leña y carbón para calentarse. En cualquier caso, fuese verdad o fuese leyenda aquello, lo cierto es que la parte más alta de la loma no tenía rastro alguno de ningún árbol.

 

Nadie sabe muy bien quién la encontró, la gente como en tantas cosas nunca se puso de acuerdo. Y todavía hoy, cuando las abuelas quieren asustar a sus nietos con un cuento a medianoche, cuando acurrucados por la lumbre los hombres empiezan a hablar en voz baja, las versiones difieren. Hay quién gusta de decir que el primero que vio a la Sra. Meinz fue un pastorcillo con sus ovejas, otros que un anciano que iba al bosque cercano a coger setas, aquellos que fue una pareja de novios rezagada en la noche cómplice, los más que había sido un cazador con su hijo, los menos que fue una mujer ya entrada en años que había salido de su casa a echar grano a las gallinas... El caso es que a pesar de que aún la noche no se había ido y el día todavía no había llegado, muy pronto el griterío, las voces y el nudo en la garganta lo inundaron todo. Allí en aquella loma desde la que se veían los tejados de las casas y a la que todo el mundo señalaba con miedo, había alguien crucificado, como un Cristo. El globo rojo que era el sol despuntaba con sus rayos por detrás de la loma y no fueron pocos los que muy pronto reconocieron a la Sra. Meinz.

  

 

PARTE 3: (aportacion de Erpereh al relato)

 

   Estaba allí, perfectamente vestida como para ir a misa de domingo. Su limpia cara reflejaba un extremo cuidado en la escenografía del cruel acto, pues sus cuencas vacías miraban a los temerosos aldeanos que se habían acercado a ver qué era lo que producía  tanto revuelo, sin que ni una gota de sangre marcara su horrible rostro. La única sangre que punzaba la vista de sus vecinos era la que aún goteaba de sus muñecas y pies cruelmente clavados a la madera no por uno, sino por tres clavos de gran tamaño. Dos atravesaban su pálida carne de adelante a atrás pero el tercero lo hacía a la inversa y su punta sobresalía escandalosamente hacia los temerosos espectadores debido a su enorme tamaño.

 

   La Sra. Méinz nunca había sido demasiado bonita pero aun así había sido pretendida años atrás por un comerciante de lana que venía todos los años recorriendo las fincas de los alrededores en busca de género.  La cosa iba bien encaminada. Incluso William, que así se llamaba el comerciante de lana, estaba buscando una casa para asentarse allí en Musselburg  y así poderse casar con ella. La Sra. Méinz (Caroline en su juventud) era la única hija del difunto alcalde Richard, el principal artífice de la reciente prosperidad del pueblo. Huérfana de madre desde hace años y heredera de una modesta fortuna, Caroline se había convertido en un buen partido para cualquiera que no buscara una esposa excesivamente guapa. William no pensaba dejar pasar aquella oportunidad, incluso últimamente había empezado a pensar que podría llegar a enamorarse de ella.

 

    Una tarde se oyeron unos lastimeros aullidos de dolor en la casa de Caroline y la hallaron desmayada en la entrada con la cara y las manos seriamente quemadas. Necesitó meses de intensas y dolorosas sesiones con ungüentos y cataplasmas que le sanaron sus heridas pero que no pudieron disimular las profundas cicatrices que le surcaban el rostro. Desde entonces Caroline quedó profundamente alterada y nunca más le dirigió la palabra a nadie aunque se sabía que por las noches lloraba y se lamentaba por sus habitaciones. William no pudo soportarlo y un día desapareció del pueblo lo cual sólo consiguió acrecentar las habladurías de las gentes que no lo tenían en demasiada estima, y aumentar la pena y alteración de Caroline. Con el pasar de los años Caroline quedó cada vez más aislada de los demás que empezaron a llamarla Sra. Méinz, adoptando su apellido de soltera, más por respeto a su edad que por su estado civil.

 

Como digo, todo iba bien hasta que pasó aquel terrible “accidente”, el cual,  visto desde la distancia, no fue más que el primero de una serie de extraños sucesos que concluirían su progresiva escalada allí, en la loma, en aquella fría mañana………...

 

…...………en la cruz.

 

 

PARTE 4 (Aportacion de Julián Candón al relato)

 

 Treinta años de silencio era mucho tiempo. Pero lo que más le sorprendía era la complicidad sepulcral que envolvía todo aquello y cómo, a pesar del largo paso de los años, cual condena, el misterio seguía presente a diario en cada uno de los aldeanos. Y así, envuelto en esa sorpresa que atravesaba los muchos kilómetros hasta llegar al lugar de su procedencia, llegó a Musselburg, Andrew Merholz, el nuevo párroco.

 

Recién salido del seminario. Su juventud descubría la cara asustadiza del que llega a un nuevo lugar sabiendo ser el centro de todas las miradas. Hacía mucho que no se veía una cara nueva por allí. Pero, aún así, la cara de los que seguían con sus ojos su recorrido hasta la iglesia era como la de quien veía pasar a un perro, libre de cualquier guiño de sorpresa o novedad.

 

La Sra. Frampton, quien guardaba la llave de la iglesia, le dio la bienvenida de una forma tan cordial como seca y le acompañó al interior de lo que sería, desde es día, su nuevo lugar de trabajo. Mientras la Sra Frampton le explicaba donde estaban las diferentes habitaciones de la capilla, Andrew iba visualizándolo todo y recordaba las conversaciones que había tenido, a través de correspondencia postal, con el Padre Murray. Fue la tumba de éste, situada en la parte de atrás, lo último que le enseñó la Sra Frampton.

 

Tras recordarle el horario de los servicios la Sra Frampton se despidió. Andrew entró en su habitación y guardó el poco equipaje que tenía. Seguidamente se dirigió al despacho pastoral y empezó a ordenar los libros y documentos que portaba consigo que, sin duda, superaba al bulto de sus ropas. No era casualidad que Andrew acabase en aquella parroquia. El Padre Murray era un viejo amigo de la familia Merholz. Él casó a los padres de Andrew y le bautizó. Murray apadrinó a Andrew para su ingreso en el seminario y mantuvieron su amistad, escribiéndose cartas muy frecuentemente. Gracias a las cartas de Murray, Andrew sabía del extraño misterio que envolvía a aquella aldea por el cual sentía tanta atracción. El de la Sra. Méinz.

 

Andrew fue el primero en su promoción con diferencia. Su meticulosidad fue una de sus principales herramientas. Y aquello le llevó a tener le más alto nivel académico. Haciendo uso de esa cualidad Andrew empezó a examinar las notas que encontró del Padre Murray. Tras varias horas escudriñando Andrew quiso tomarse un descanso. Y fue entonces, cuando apartó la mirada del escritorio para dirigirla a la ventana que tenía a su derecha, que se percató de una pequeña apertura que separaba el sinfonier de la pared. Andrew quiso empujarlo para acabar de acercarlo hasta la pared, pero no pudo. Hizo un nuevo intento con más fuerza y, de la presión, notó como se le abrió un poco uno de los cajones. Andrew entendió que había algo tras ese cajón que impedía que se cerrase correctamente. Así que optó por separar, de nuevo, el sinfonier. Cuando lo tuvo completamente separado vio como la estrecha madera que cubría la parte de atrás del mueble se arqueaba por la parte central, justo a la altura del cajón que no acababa de cerrar. Buscó algo que le ayudase a quitar la contratapa. Tras quitarla descubrió una caja metálica del tamaño de un joyero. La cogió muy despacio, la puso sobre el escritorio y la examinó sin tocarla, como si esperase a que le dijese algo. Mientras la miraba pensaba por qué el Padre Murray tenía una caja guardada con la intención de que nadie la viese. Al fin se decidió a abrirla pero estaba cerrada bajo llave. Buscó en el manojo de llaves que le dio la Sra. Frampton, pero no encontró ninguna llave tan pequeña. Se reclinó en la silla y volvió a pensar. De repente vio el crucifijo que había en un lado del escritorio y se acordó de cómo Murray se despedía en todas sus cartas: “Y recuerda hijo: la clave está en la cruz.”

 

Agarró el crucifijo por la parte central con la mano izquierda y puso la mano derecha en la base de éste, que lo aguantaba de pie. Hizo un pequeño esfuerzo y, tras un leve crujido, empezó a desenroscar la base justo por la mitad. Cuando acabó, allí, envuelta en una bolsita de terciopelo, se encontraba una pequeña llave que encajaba a la perfección con la cerradura de la caja.

Nota de Plumabierta: Esta iniciativa esta en marcha desde el pasado 17 de Diciembre.

Un cuento entre todos

Aunque lo he colgado como comentario en el Atículo principal, se me ha ocurrido que si lo cuelgo también aquí, puede ser una buena forma de reactivar el tema.

   Parte 3

   Estaba allí, perfectamente vestida como para ir a misa de domingo. Su limpia cara reflejaba un extremo cuidado en la escenografía del cruel acto, pues sus cuencas vacías miraban a los temerosos aldeanos que se habían acercado a ver qué era lo que producía  tanto revuelo, sin que ni una gota de sangre marcara su horrible rostro. La única sangre que punzaba la vista de sus vecinos era la que aún goteaba de sus muñecas y pies cruelmente clavados a la madera no por uno, sino por tres clavos de gran tamaño. Dos atravesaban su pálida carne de adelante a atrás pero el tercero lo hacía a la inversa y su punta sobresalía escandalosamente hacia los temerosos espectadores debido a su enorme tamaño.

   La Sra. Méinz nunca había sido demasiado bonita pero aun así había sido pretendida años atrás por un comerciante de lana que venía todos los años recorriendo las fincas de los alrededores en busca de género.  La cosa iba bien encaminada. Incluso William, que así se llamaba el comerciante de lana, estaba buscando una casa para asentarse allí en Musselburg  y así poderse casar con ella. La Sra. Méinz (Caroline en su juventud) era la única hija del difunto alcalde Richard, el principal artífice de la reciente prosperidad del pueblo. Huérfana de madre desde hace años y heredera de una modesta fortuna, Caroline se había convertido en un buen partido para cualquiera que no buscara una esposa excesivamente guapa. William no pensaba dejar pasar aquella oportunidad, incluso últimamente había empezado a pensar que podría llegar a enamorarse de ella.

    Una tarde se oyeron unos lastimeros aullidos de dolor en la casa de Caroline y la hallaron desmayada en la entrada con la cara y las manos seriamente quemadas. Necesitó meses de intensas y dolorosas sesiones con ungüentos y cataplasmas que le sanaron sus heridas pero que no pudieron disimular las profundas cicatrices que le surcaban el rostro. Desde entonces Caroline quedó profundamente alterada y nunca más le dirigió la palabra a nadie aunque se sabía que por las noches lloraba y se lamentaba por sus habitaciones. William no pudo soportarlo y un día desapareció del pueblo lo cual sólo consiguió acrecentar las habladurías de las gentes que no lo tenían en demasiada estima, y aumentar la pena y alteración de Caroline. Con el pasar de los años Caroline quedó cada vez más aislada de los demás que empezaron a llamarla Sra. Méinz, adoptando su apellido de soltera, más por respeto a su edad que por su estado civil.

Como digo, todo iba bien hasta que pasó aquel terrible “accidente”, el cual,  visto desde la distancia, no fue más que el primero de una serie de extraños sucesos que concluirían su progresiva escalada allí, en la loma, en aquella fría mañana………...

…...………en la cruz.

 

PARA ACCEDER A TODAS LAS PARTES DE RELATO, PINCHAR AQUI

Hagamos un cuento entre todos!!!

Hagamos un cuento entre todos!!!

Saludos a todos, amigos,

                                                os invito a que escribamos juntos un cuento o relato;  yo comenzaré con el principio, y quien quiera que vaya siguiéndolo y continuando la historia libremente, tan sólo hay que ir desarrollando un hilo conductor, pero claro, cada uno que aporte lo que vea en la parte que añada vale???   A ver qué historia sale de diferentes cabecitas!!!

PS:  Evidentemente, con cierta extesión, que lo finalice quien mejor entrevea su final,  y libre como el viento la IMAGINACIÓN!!

                                                                                                                                                                                         Salud y Alegría!!

 

NOTA DEL PRINGAO ENCARGADO DEL MANTENIMIENTO DEL BLOG:

QUIEN DESEE PARTICIPAR EN LA PROPUESTA DE MARIANGELES, PUEDE HACERLO EN LA SECCION COMENTARIOS DE ESTE ARTICULO Y YO ME ENCARGARE DE IRLOS INTEGRANDOLOS EN EL MISMO ARTICULO PARA QUE ASI SE PUEDA LEER TODO DE UN MODO CONTINUO Y SE PUEDA VER DE UN SOLO VISTAZO COMO VA EVOLUCIONANDO EL RELATO.

SI ALGUIEN NO PUEDE COLOCAR SU FRAGMENTO EN LA SECCION COMENTARIOS, PUEDE COLGARLO COMO ARTICULO NORMAL, Y CUANDO TENGA TIEMPO, LO INTEGRO EN ESTE. ANIMO. 

RECOMENDACION: ANTES DE COLGAR UNA NUEVA PARTE DEL RELATO CONVENDRIA CONSULTAR EN "COMENTARIOS" POR SI ACASO ALGUIEN HUBIESE ANYADIDO UNA NUEVA APORTACION QUE AUN NO HUBIESE SIDO PUESTA EN ESTE ARTICULO.

 

 

 

PARTE 1:     El caso de la Sra. Méinz

 

 

Aquel pueblo parecía estar inmerso en un eterno invierno  gélido, donde el frío parecía haber tensado los rostros inexpresivos de sus gentes. Todo un manto gris cubría a la población, un manto aquel que se mantenía intacto desde que ocurriese el misterioso caso de la Sra. Méinz, un caso aquel del que nadie quería hablar, todos recordaban e intentaban olvidar diariamente.

 

Para poder contaros esta historia, tenemos que viajar unos treinta años atrás en el tiempo, cuando aún la primavera decoraba con flores el bello valle y sus prados, cuando los muchachos iban a bañarse al lago Sansa y las mujeres lavaban sus ropas a orillas del río Trent, un río por el que bullía la vida en cada estación del año…

 

Por aquel entonces,  los oficios más destacados entre los hombres del pueblo eran el de talar árboles, curtir  pieles y sazonar las carnes de las cacerías, también había un importante sector dedicado a la artesanía: alfareros, zapateros, carpinteros, etc., que llenaban todas las mañanas la plaza mayor del pueblo con sus puestos y donde se podía encontrar todo tipo de artículos hechos en el lugar, además, les acompañaban en la venta agricultores ambulantes de todo el condado que vendían hermosos tomates, ricas lechugas, sabrosas patatas y demás frutas y hortalizas. También estaban los apicultores con garrafas de diferente peso para la miel, pasteleros, floristas, sastres y todo lo que podía necesitarse en aquel lugar para vivir confortablemente.

 

En aquellos años, el pueblo contaba con unos cinco mil aldeanos, era la época de mayor esplendor, ya que nunca habían sido tantos los que poblaban la aldea; habían construido con el tiempo una escuela, una iglesia, un cementerio, un hospital, un ayuntamiento, habían acondicionado los caminos, se preocupaban por la limpieza de sus calles, en fin, era un pequeño lugar en el mundo donde se podía vivir en armonía y en paz con sus habitantes, todo esto, claro, fue antes de que sucediera el trágico episodio de la Sra. Méinz, un caso que todavía sobrecogía y atemorizaba a la población, ya que … nunca se supo realmente qué ocurrió con certeza, nunca nadie entendió, racionalmente, cómo pudo suceder todo aquello.

 

PARTE 2:  (Aportacion de Niti al relato)

El pueblo se encontraba a los pies de una loma, una loma desde la que se divisaban todas las casitas blancas con sus tejados de pizarra. Los más ancianos del lugar comentaban que tiempo ha, existió un enorme roble en su cima, pero que de la noche a la mañana el árbol se pudrió y con sus restos la gente hizo leña y carbón para calentarse. En cualquier caso, fuese verdad o fuese leyenda aquello, lo cierto es que la parte más alta de la loma no tenía rastro alguno de ningún árbol.

Nadie sabe muy bien quién la encontró, la gente como en tantas cosas nunca se puso de acuerdo. Y todavía hoy, cuando las abuelas quieren asustar a sus nietos con un cuento a medianoche, cuando acurrucados por la lumbre los hombres empiezan a hablar en voz baja, las versiones difieren. Hay quién gusta de decir que el primero que vio a la Sra. Meinz fue un pastorcillo con sus ovejas, otros que un anciano que iba al bosque cercano a coger setas, aquellos que fue una pareja de novios rezagada en la noche cómplice, los más que había sido un cazador con su hijo, los menos que fue una mujer ya entrada en años que había salido de su casa a echar grano a las gallinas... El caso es que a pesar de que aún la noche no se había ido y el día todavía no había llegado, muy pronto el griterío, las voces y el nudo en la garganta lo inundaron todo. Allí en aquella loma desde la que se veían los tejados de las casas y a la que todo el mundo señalaba con miedo, había alguien crucificado, como un Cristo. El globo rojo que era el sol despuntaba con sus rayos por detrás de la loma y no fueron pocos los que muy pronto reconocieron a la Sra. Meinz.

 

PARTE 3: (aportacion de Erpereh al relato)

   Estaba allí, perfectamente vestida como para ir a misa de domingo. Su limpia cara reflejaba un extremo cuidado en la escenografía del cruel acto, pues sus cuencas vacías miraban a los temerosos aldeanos que se habían acercado a ver qué era lo que producía  tanto revuelo, sin que ni una gota de sangre marcara su horrible rostro. La única sangre que punzaba la vista de sus vecinos era la que aún goteaba de sus muñecas y pies cruelmente clavados a la madera no por uno, sino por tres clavos de gran tamaño. Dos atravesaban su pálida carne de adelante a atrás pero el tercero lo hacía a la inversa y su punta sobresalía escandalosamente hacia los temerosos espectadores debido a su enorme tamaño.

   La Sra. Méinz nunca había sido demasiado bonita pero aun así había sido pretendida años atrás por un comerciante de lana que venía todos los años recorriendo las fincas de los alrededores en busca de género.  La cosa iba bien encaminada. Incluso William, que así se llamaba el comerciante de lana, estaba buscando una casa para asentarse allí en Musselburg  y así poderse casar con ella. La Sra. Méinz (Caroline en su juventud) era la única hija del difunto alcalde Richard, el principal artífice de la reciente prosperidad del pueblo. Huérfana de madre desde hace años y heredera de una modesta fortuna, Caroline se había convertido en un buen partido para cualquiera que no buscara una esposa excesivamente guapa. William no pensaba dejar pasar aquella oportunidad, incluso últimamente había empezado a pensar que podría llegar a enamorarse de ella.

    Una tarde se oyeron unos lastimeros aullidos de dolor en la casa de Caroline y la hallaron desmayada en la entrada con la cara y las manos seriamente quemadas. Necesitó meses de intensas y dolorosas sesiones con ungüentos y cataplasmas que le sanaron sus heridas pero que no pudieron disimular las profundas cicatrices que le surcaban el rostro. Desde entonces Caroline quedó profundamente alterada y nunca más le dirigió la palabra a nadie aunque se sabía que por las noches lloraba y se lamentaba por sus habitaciones. William no pudo soportarlo y un día desapareció del pueblo lo cual sólo consiguió acrecentar las habladurías de las gentes que no lo tenían en demasiada estima, y aumentar la pena y alteración de Caroline. Con el pasar de los años Caroline quedó cada vez más aislada de los demás que empezaron a llamarla Sra. Méinz, adoptando su apellido de soltera, más por respeto a su edad que por su estado civil.

Como digo, todo iba bien hasta que pasó aquel terrible “accidente”, el cual,  visto desde la distancia, no fue más que el primero de una serie de extraños sucesos que concluirían su progresiva escalada allí, en la loma, en aquella fría mañana………...

…...………en la cruz.

 

 

 

016

016

María se descubrió mirando fijamente al suelo. Estaba descalza y las olas le acariciaban los pies que le ardían de escozor pues los tenía heridos. La falda tenía los bajos rasgados y la camisa (que tan contenta había estrenado hoy) estaba manchada y ajada. No sabía con seguridad cómo había llegado hasta allí, pero si sabía el porqué. Todavía le zumbaba el oído izquierdo y en su boca perduraba aun cierto regusto amargo a sangre. Esa boca que un día dijo felizmente "si quiero" sin saber lo que se le venía encima.

María tenía veintitrés años y una mirada triste que en los últimos tiempos empañaba a unos lindos ojos de color miel. Esos mismos ojos que no hace mucho miraban ilusionados, hoy eran dos meras sombras de lo que fueron.

- ¡No puede ser! ¡No me puede estar pasando esto a mí! ¿Por qué?

Esta frase le retumbaba una y otra vez en la cabeza durante todo el día sin encontrar respuesta.

Hacía dos años que se había casado con Luis, el gerente de la primera franquicia inmobiliaria que habían abierto en su barrio. Ella y sus amigas le echaron enseguida el ojo a aquel desconocido que con su educación y ese porte que les da a los hombres un buen traje, las tenía encandiladas.

Por aquel entonces María había dejado sus estudios y se había puesto a trabajar en la cafetería que regentaba su madre y que compartía acera en misma plaza con la inmobiliaria de Luis. Como era de esperar Luis se hizo cliente del establecimiento en parte por la proximidad, en parte por lo agradable del ambiente y en parte por ver unos encantadores ojos miel que le miraban interrogantes detrás de la barra. María ganó terreno frente a sus amigas y Luis quedó prendado de aquella, para él chiquilla, pues le sacaba diez años de ventaja en el camino de la vida.

- ¡María!, ¡qué haces ahí!

El corazón se le encogió y un dolor agudo se le clavó en el estómago mientras un terrible escalofrío recorría su espalda.

- ¡Es él! ¡Me ha seguido!

Sin apenas atreverse, volvió lentamente la cara y con alivio comprobó que se trataba de un hombre llamando a su hija que jugaba a escasos metros de ella con la arena. Se dio cuenta entonces de que no podía seguir viviendo así. Siempre llena de temores. Siempre mintiendo a su madre sobre sus moratones. Siempre temiendo la llegada de la noche y el sonido de las llaves en el portón. Hacía tiempo que no se sentía deseada, ni tan siquiera querida. Se sentía poseída. Posesión. Esa era la palabra que definía su relación con Luis.

Se enjugó las lágrimas que ni había notado hasta ese momento que le recorrían las mejillas, se atusó un poco la ropa y el pelo, y se dirigió a paso lento pero firme a la comisaría de su pueblo.

Era el momento de ponerle fin a sus sufrimientos, de pararle los pies a ese canalla, de empezar un nuevo capítulo de su vida.

 

Un Viajante

 

Nota: El autor dispone de un blog personal en Internet. Para conocerlo, basta con pinchar en  http://entrecurvaycurva.blogspot.com

Desnudos. Sin papeles.

Desnudos. Sin papeles.

Se conocieron, de casualidad, en una parada de autobús, una noche sin horarios, sin prisas y sin luna. Ella estaba perdida en una ciudad a la que acababa de llegar. Él pasaba por allí, como otro extraño más, buscando alivio en sus pasos, buscando una sonrisa en otro rostro. Las calles de Edimburgo estaban tranquilas y el frío silencio intercalaba las miradas en atajos que ayudaban a acortar distancias. Dos. Ellos dos. Un país ajeno. Dos lenguas diferentes. Y una coordenada exacta en un mapa dividido al azar por una mano ambiciosa e insensata. Pero las líneas diseñadas en el suelo no importaban en este espacio y tiempo que ellos dos mismos delimitaron como suyo propio. Nada más importaba que ese preciso instante en el que dos extraños se intercambiaban complicidad y deseo.

- Are you ok? (¿Estas bien?) Él le pregunto con su acento nigeriano.

- No. Lost (No. Perdida). Chapurreó ella con su inglés de los días de colegio.

Esa noche no tenía para ella significado en su agenda. Había sido un día envuelto en mantas y tedio y al caer la noche se había propuesto entonces no quedarse tumbada en el sofá viendo una televisión que apenas lograba entender. Por ello se pintó los ojos con valor, se puso los tacones y salió a la calle. Y allí estaba minutos más tarde, sola, con un extraño que le ofrecía su mano y la protegía de su punzante confusión.

- I am meeting a friend and then i am going to a night club. Want to come?

 (He quedado con un amigo y luego vamos a ir a un club. ¿Te vienes?)

No sabía muy bien lo que le acababa de decir, pero ya todo le daba casi igual, y en ese momento necesitaba riesgo y misterio, más que seguir esperando otro autobús. "Ok" y a la aventura se fue con él.

Esa noche esos dos extraños acabaron conociéndose entre almohadas y enredándose perdidamente entre palabras que sonaban como versos indescifrables para cada uno de los dos. Por ello acordaron insonorizar su boca y quemaron diccionarios y mapas con sus besos y su piel. Aprendieron a leer sus cuerpos y en ellos descubrieron con sus dedos un nuevo lenguaje.

A la mañana siguiente, ella era feliz. Se había despertado en un corazón distinto. Como una niña recién nacida abrió sus ojos y su viejo llanto desapareció después del primer abrazo. El calor corría en su interior a la velocidad de una guindilla cuesta abajo. Picantes. Así fueron los primeros platos.

Desde entonces, las llamadas y los mensajes fueron tan asiduos como las sirenas en la ciudad. "I miss you" ("Te echo de menos"). Ella apenas entendía sus mensajes, y las conversaciones telefónicas eran infinitos trabalenguas. Sin embargo, ella se conformaba con escuchar su voz, ese sonido que sonreía en cada acento. Durante tres meses intercambiaron algo más que sexo… y vivieron de manera acelerada, pero con precaución.

Hasta ese día. Hasta el día y la hora de la pregunta. "Do you want to marry me?" ("¿Te quieres casar conmigo?"). Esta vez sí que captó al primer intento la pregunta y su deseo era, entonces, no haber entendido nada. La historia se volvía a repetir. Otra vez, como otras muchas veces. ¿Por qué?

La pregunta era un grito desesperado. Él suplicaba ayuda. Y ella no podía ayudarlo. Aunque en su corazón se veía vestida de blanco, en el espejo solo veía el reflejo de una chica joven y el esqueleto de planes en el aire. Por eso no quería atarse a ninguna cuerda, más allá que a un juego de sábanas. Entonces, como en otros capítulos de su vida se sintió utilizada, "¿Por qué?" Y lloraba pensando que su cuerpo no valía más que una firma y un papel. Y otra vez, odiaba el amor y su carruaje lleno de mentiras.

Ahora que sus pasos parecían volar alto, de nuevo, sus ilusiones aterrizaban en el punto cero de una ciudad de hadas, tristes. "¿Me quería?" Ella lo amaba y le costaba pensar que todo ese cruce de miradas fuesen frívolos pasatiempos. El amor no podía cruzar fronteras sin papeles. Desnudo. Un amor ilegal en un territorio, ¿De quién? Y ella no podía ayudarlo. "¿Por que?" Él quería seguir jugando con ella, pero tuvo que marcharse. Su barco de papel de periódico se hundió, en algún mar, y con el todo lo demás.

 

Somos códigos de barras, números, ecuaciones complicadas. ¿Ilegales? ¿Quién marca las fronteras? ¿Caducamos en tanto que llevamos etiquetas colgadas como marionetas? Al final, los papeles se convierten en hojas envejecidas, olvidados, atrapados bajo nubes de polvo. Como decía aquel poeta gallego marinero "ficamos nós sós. Sin o Mar e sin o barco. Nós". ("Quedamos nosotros solos. Sin el mar y sin el barco. Nosotros"). Solos. Desnudos. Tú y yo.

Eugenia Cabaleiro Pereira

AMAR ES COMBATIR

AMAR ES COMBATIR

¡Sí!

Puede que nunca deje de fijarme en tus ojos y en todo el universo que te rodea.

Aquí estoy yo y allí estás tú... dormida en una cama que ocupa el centro de una habitación, mientras yo te miro, sentado en una silla al revés, con mi cabeza apoyada en mis brazos, tú estás sumergida en un sueño, por momentos dulces y a ratos agitados, lo sé porque tu rostro cambia...

Unas sábanas negras de seda te rodean, no por ser negras significan nada más allá que una elegancia que siempre te rodeó y una estética digna tan sólo de mi imaginación.

Se me olvidó decir, que en esa habitación también existen ventanas, grandes cristaleras y que la noche parece ser eterna, hace tiempo que el cielo no vuelve a ser azul… un rayo de luz, hay tormenta... y el agua cae constantemente en la ventana.

A veces me levanto y miro al exterior, apoyo una mano en el cristal, parece divertido seguir el surco que dejan las gotas de agua... bajan, suben, bajan y desaparecen...

Me doy la vuelta y apoyado en la ventana te observo desde lejos, justo ahora estás inquieta, pero yo no me muevo de donde estoy... extiendo mi mano hacia ti y hago como que rozo tu carita desde donde estoy quieto... una tontería por mi parte teniéndote tan cerca para tocarte... entonces es cuando una lágrima cae por tu cara, sólo me acerco a tu cama, la rodeo, despacio, mirándote una y otra vez... beso tu lágrima y sólo por esta vez acaricio tu rostro con la palma de mis manos... y en silencio, vuelvo a sentarme en mi silla… "AMAR ES COMBATIR…".

TERRY

Un hombre con las manos pequeñas

 

"Al fin y al cabo qué podía hacer yo… Un hombre con las manos pequeñas. Mi abuela siempre me decía que un hombre con las manos pequeñas tenía un buen corazón, pero su futuro era incierto. Ella, que tenía un poco de gitana, veía por las manos algunos de los acontecimientos más importantes de la vida de las personas. Pero cuando miraba las mías, veía mi futuro a través de un cristal ahumado y sucio.

Eso fue lo que heredé de mi madre, unas manos pequeñas y un gran corazón. Lo único que conservo de ella. Me dio a luz en su lecho de muerte, y aunque mi padre siempre me lo recriminó, mi abuela decía que yo tenía parte de su alma alojada junto a la mía, siempre estaría allí para protegerme y ayudarme en mis barreras ante la vida.

 

Mi abuela, esa mujer llena de vitalidad, con el pelo largo y blanco, ojos claros como el cielo en verano, y la piel ennegrecida y arrugada por la vejez, su expresión siempre era una mezcla de melancolía y felicidad. No cabe duda que fue una luchadora. Me apartó de mi padre alcohólico y a pesar de que yo estaba acabado, creía que no me dejaría marchar, ocurrió todo lo contrario. Mi abuela tenía un poco de bruja, o eso se decía en el pueblo, y mi padre al ser muy supersticioso, pensaba que mi madre había muerto cuando me tuvo a mí por una maldición… Una maldición de Dios cargada a las espaldas de mi madre, por ser hija de una bruja. “¡Tonterías! -decía mi abuela- Mi Dios no permitiría eso”. Nunca supe muy bien que quería decir esa expresión, “mi Dios”, hablaba de Él como si fuese diferente al que creían los demás. A veces me hablaba de su Dios. Ella me decía que lo había visto en sueños, y fue él quien le otorgó su don. El don de ver a la gente a través de sus manos. Era algo maravilloso, pero de vez en cuando me hablaba de lo doloroso que resultaba. Aunque ella se convencía de que ese era el plan que le había dado su Dios por alguna razón especial."

Sergio Núñez Cárdenas.